domingo, 15 de marzo de 2015

Capítulo 24: Quédate conmigo.

Un efecto que tenían en mí los hospitales era la pérdida completa de la percepción espacio-tiempo. A decir verdad, mi grado de consciencia era bastante bajo, así que la realidad que me rodeaba me llegaba muy distorsionada. No sé cuanto tiempo estuve en urgencias, ni cuanto tiempo pasó desde que llegué al hospital hasta que me subieron a planta. Ni los días que estuve allí antes de recibir medicación alguna, mientras los médicos me hacían pruebas para averiguar qué pasaba en mi cuerpo.
A pesar de que debieron de inyectarme algún tipo de calmante o similar, ya que no tenía aquel malestar continuo, pero sí que había un gran malestar que me atormentaba muy amargamente: Laura.
No sabía nada de ella, no me había llegado ningún tipo de notificación de la embajada... y la echaba de menos con toda mi alma. En aquel momento no me importaba nada, sólo ella. Tenía muy claro que se acercaba el final de mi vida, lo más seguro es que nadie supiese nada de mí, ni Laura, ni mis padres... y menos aún Masao, que a pesar de trabajar en el mismo hospital, mantendría su pacto y evitaría cualquier contacto conmigo.


Me imaginaba que estaba solo en aquella habitación, ya que no oía voces, ni visitas de un posible compañero de cuarto. Alguna enfermera que venía a verme encendía la radio o la televisión, no sé, pero supongo que lo haría para evadirse un poco de la que -supongo- era una imagen no muy agradable.
Un día que me encontraba mejor, a la mañana, o lo que a mí se me antojaba mañana, ya que fue la hora a la que la enfermera me dio el desayuno y abrió la persiana de la habitación. Cuando acabaron de atenderme, volvió la soledad. Miré a la ventana, vislumbré aquella visión con dificultad, lo veía todo como rodeado por un halo blanco. En aquel momento noté una gran serenidad, como si fuera una señal de mejoría cercana a la muerte. Cerré los ojos y me dejé deslizar por la cama, seguía notando una tranquilidad y paz especial. En ese momento en el que caí como adormilado, noté que la puerta se abría. Oí voces, que apenas podía distinguir.
- Es aquí.
- Muchas gracias.
Oí unos pasos que parecían acercarse a mi cama. Notaba una presencia, un olor especial, me parecía un perfume femenino. Todo estaba en silencio, pero creía oír una respiración, sonaba entrecortada. Todo aquel silencio se rompió de repente.
- ¡Dios mío!
- Laura... ¿eres tú?
- Sí, cielo, soy yo. Tranquilo, no hables.
Noté que una de sus manos me acariciaba un hombro. Oí un ruido, parecía que había movido la silla, también me pareció oír el ruido de ella al sentarse. Tras eso, un largo suspiro y lo que me pareció llanto. Giré mi cabeza para verla, tenía su cabeza entre sus manos, su melena apenas me dejaba ver sus manos.
Volví a caer en aquella especie de letargo. Tiempo después me despertó el ruido de unas ruedas que supuse sería el carrito que traía la comida. Entre Laura y la enfermera me incorporaron en la cama.
- Ya le doy yo la comida -dijo Laura-. Gracias.
- De nada. Buen provecho.
Miré a Laura, no pude evitarlo, rompí a llorar. Ella intentó ser algo más fuerte que yo, pero me pareció ver una lágrima recorrer su mejilla. La veía con la cara desencajada, parecía triste.
- ¿Cómo has sabido qué estaba aquí?
- No importa. ¿Ya te han dicho algo los médicos?
- No. Pero creo que ya sé lo que me pasa.
- ¿Qué?
- Esto es cáncer. Algo me está devorando las entrañas.
Ella rompió a llorar con fuerza.
- ¡No digas eso!
- Me lo tengo bien merecido.
- No digas tonterías...
Ella siguió dándome de comer, su mirada parecía triste. A pesar de sus ánimos, creo que ella tenía tan claro como yo que a mí me quedaba poco en este mundo. Hice un rápido examen de conciencia. Si a alguien había hecho daño, era a ella.
El tiempo pasó de manera muy lenta para mí, no sé cuántos días pasaron, pero un día llegó un médico a la habitación. Laura estuvo siempre a mi lado.
- Creo que hemos encontrado la causa de su enfermedad.
- ¿Es cáncer? -dije-.
- Por suerte, no. Se trata de una anemia perniciosa. Lo primero que necesita es una transfusión de sangre, o varias. No se preocupe.
- Mi sangre sería compatible -dijo Laura-. Pero... no puedo donar.
- No se preocupe, tenemos sangre más que suficiente en el banco.
El doctor se marchó. Miré a Laura, ella parecía tener la mirada perdida en algún punto de la pared.
- Laura.
- Dime.
- ¿Por qué no puedes donar sangre?
- No importa...
- ¿Cómo te has enterado de que estoy aquí?
- Vine a una consulta...
- ¿A cuál?
- Vale. Vine a una revisión con el doctor Yoshida. Él me dijo que estabas aquí, preguntó por tí.
- ¿Has ido por casa?
- No.
- Sólo quería saber si había llegado alguna notificación de la embajada.
- No, todavía no entregué los papeles, no he tenido tiempo.
En ese momento ella me miró. Por unos segundos esbozó una sonrisa.
- ¿No quieres saber por qué he venido a la consulta del doctor Yoshida?
- Sí.
- Estoy embarazada.
- ¿De veras?
- Sí. Por eso no quise entregarlos en la embajada. Me parece que esta criatura tiene derecho a conocer a su padre.
La miré, una lágrima caía de sus ojos. Suspiró y me miró.
- Si quieres conocerlo, tendrán que cambiar muchas cosas.
- Tranquila, el Mid Night Club se ha disuelto. He vendido el R32. Las batallas, las salidas de casa a medianoche y todas aquellas historias se han acabado. Tardé mucho tiempo en comprender que con todo eso estaba haciendo daño a la persona más importante de mi vida.
La miré a los ojos, moví mi mano buscando la suya, ella la acercó, entrelacé mis dedos con los suyos, noté el roce de mi piel con su alianza.


Ella parecía emocionada.
- ¡Laura, te echaba tanto de menos! ¿Podrás perdonarme algún día?
- Claro que sí. También te he echado mucho en falta. Estos días, a pesar de sentirme muy engañada, tampoco pude olvidar todas las cosas buenas que hiciste por mí. Creo que te daré una segunda oportunidad, aunque no la mereces mucho...
Esa última frase la dijo con una mirada y una voz muy dulces. Se levantó de la silla, se acercó a la cama y se sentó sobre ella. Se acercó a mí sonriendo y me besó. Sonará cursi, pero en aquel momento noté en mi interior una mejoría espectacular. Hasta aquel momento, pensé que la había perdido de mi vida. Tras ese momento, ella sacó la carpeta que contenía el acuerdo de divorcio y la rompió en cuatro trozos que tiró a la papelera.
- Gracias por no dejarme solo -dije-.
- Cuando me dijiste que ojalá conociese a alguién que me tratase como me lo merecía, comprendí lo mucho que me querías. Tu no sueles decir esas cosas para quedar bien.
Volvió a dedicarme una de sus sonrisas antes de acariciarme la cara.
El resto de días que permanecí en el hospital fui notando una mejoría constante. Ya me atrevía a salir a dar pequeños paseos por el pasillo, bajo la atenta mirada de Laura, incluso había ganado algo de peso.
Vi un par de veces a Masao por los pasillos, pero nuestras miradas se esquivaban, como si ambos sintiésemos una profunda vergüenza por lo que habíamos hecho. Sólo hablé una vez con él, se interesó por mí y por Laura.
Cuando recibí el alta, a los pocos días fui a recoger todas las cosas de Laura al apartamento en el que vivía. No podía hacer muchos esfuerzos, pero ayudé todo lo que pude. Dí en Nismo la noticio de que quería unirme al proyecto de IHI en España. Me despedí de mis compañeros de trabajo, uno a uno. El que hasta aquel momento había sido mi jefe se comprometió en enviarme el Z32 a España. Recogí mi despacho y me marché haciendo una fotografía mental del lugar.
Poco tiempo antes de volver a España, Laura ya estaba a la mitad de su embarazo. Nunca estuve tan pendiente de ella. En una semana volveríamos a España, nuestra casa era un lío de las cajas y paquetes que aún quedaban por enviar. Decidimos hacer una foto para recordar los años que estuvimos en la tierra del sol naciente. Nos habían regalado unos kimonos que nunca habíamos usado y nos parecía buena idea ponérnoslos para aquella foto. Los guardamos en una bolsa y nos los llevamos a un estudio de fotografía. Al llegar allí, la joven dependiente me saludó con gran simpatía, llevaba un cartelito con su nombre, también se llamaba Asuka.
- ¿En qué puedo ayudarles?
- Nos gustaría sacarnos unas fotos.
- Claro, acompáñenme.
- Verá, nos gustaría poner unos kimonos. ¿Sería ofensivo para su cultura? -dije-.
- No -dijo la dependiente sonriendo-. Siempre y cuando los pongan y traten con respeto.
Nos los pusimos, con ayuda de la joven. Procuramos no apretar demasiado la faja del de Laura. El día que recogimos las fotos, me quedé hipnotizado con ellas. Laura salía espectacularmente bella, con una sonrisa enorme y una mirada muy especial, más luminosa que nunca.
Pocos días después, ya estábamos embarcando de regreso a España. de camino al aeropuerto, pasamos por la Wangan. El Daimyo no Wangan la recorría por última vez. Nuestro vecino, Kazuma, se había ofrecido a llevarnos en una furgoneta de su empresa, una inmobiliaria. Durante aquel trayecto, me pareció oír el potente sonido de un motor al límite de sus revoluciones, al mirar por la ventanilla, sólo vi un montón de key-cars.
Ya habíamos embarcado en el avión, Laura enseño un certificado médico a una azafata para avisarla de que estaba embarazada.
Miré por la ventanilla del avión y agarré la mano de Laura, nos miramos a los ojos y en ese instante noté que era el hombre más afortunado del mundo, un hombre que tenía la suerte de contar con una segunda oportunidad.


Tras ver por última vez el paisaje por la ventanilla, Laura me llamó.
- ¡Mira! No te se te hace conocida esa canción que suena?
- ¡Oh! ¡Es de la película Lady Snowblood!
- Es muy bonita.
Meses después, Laura dio a luz. Una niña preciosa, un bebé que cuando lo tuve en mis brazos me hizo sentir un instinto de protección. Tanto Laura como yo teníamos miedo sobre nuestras aptitudes como padres. La bautizamos con el nombre de Cristina, ya que para Laura y para mí ese nombre evocaba a personas muy especiales que, por desgracia, ya no estaban entre nosotros (su madre y mi abuela).
Esta ha sido la historia de mi vida durante mi estancia en Japón, algo bonito de recordar mientras guardo las maletas antes de volver a visitar la tierra del sol naciente.
Ahora mismo, yo ya no soy aquel joven ingeniero, Laura sigue siendo la bellísima mujer de mi vida, y Cristina, una preciosa adolescente que es el vivo retrato de su madre, que ahora se dispone a acompañar a sus padres en el que será el viaje más largo de su vida.




Continuará...

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