miércoles, 18 de marzo de 2015

Capítulo 25: Tokyo, 2015.

Era una hora temprana, acababa de meter nuestras maletas en el maletero del GT-R. Laura llegó al garaje.
- ¿Qué haces?
- Meter el equipaje en el coche...
- Ya, pero es mejor que vayamos en el Audi, sino Cristina va a ir muy incómoda.
Tenía razón, saqué el equipaje del GT-R y lo metí en el Audi. Tenía la suerte de tener un garaje de ensueño. Gracias a mi trabajo, podía permitirme tener un Nissan GT-R V-Spec (R35), un Audi RS6 Avant, mi antiguo Fairlady Z32 y un Nissan 240Z que bauticé como "Sayumi" ("princesita" en Japonés). El 240Z fue un amor a primera vista, leí un anuncio de que se vendía uno, necesitaba una restauración completa y le faltaba el motor. Construí una réplica del Z432R, una edición limitada de los 70. Para eso, tiré de mis contactos en Japón, que me enviaron un motor de seis cilindros y dos litros procedente del GT-R "Kenmeri", una caja de cambios y un diferencial a juego, así como unos bonitos aletines atornillados y unas preciosas llantas RS Watanabe. Ese Z lo preparé y corrí con él algún rallye de históricos en la categoría de regularidad. Mi viejo Vitesse, descansaba en casa de mis padres, de vez en cuando daba una vuelta con él. Laura le tenía un cariño especial. A pesar de todo, y aunque conducía un auténtico deportivo como el R35 V-Spec, no olvidaba a mi antiguo R32. Me despertaba la curiosidad saber si aún existía o si languidecía en algún desguace.
Mi tiempo libre, aparte de restaurar aquel 240Z y de disfrutar de mi familia, también lo dediqué a construir maquetas. Hice réplicas de los coches de mis compañeros del Mid Night Club, el de Masao, Hiro, Kenji y también mi R32.
- Papá, ya estoy lista.
- ¿Tu madre dónde está?
- Revisando que todo queda en orden.
Tan pronto como acabó de hablar, mi hija se subió al coche y su madre apareció. Le abrí la puerta y arranqué. Aunque conducía coches potentes, había perdido aquel deseo de ser el más rápido de la autopista. Me seguía gustando conducir rápido, pero me reservaba para los circuitos de pruebas o para tandas en track-days. Miré a Laura, sonreía de manera nerviosa, los viajes en avión no la entusiasmaban. Cristina parecía algo nerviosa, desde el retrovisor la veía mandar mensajes de whatsapp.
- Dicen las niñas que tengamos buen viaje.
- Dales las gracias -dijo Laura-.
- ¿Tenéis ganas de volver?
Laura me miró, sonriendo, yo la miré. A pesar de que nuestra hija conocía gran parte de lo sucedido en Japón, ella no sabía que nos intentásemos divorciar. Encendí la radio, miré a Laura, ella como si me leyese el pensamiento, asintió.


- Cielo, dijo Laura, girándose hacia el asiento trasero, hay una cosa que no sabes.
- ¿El qué? -contestó Cristina-.
- Tu madre y yo tuvimos problemas en Japón, antes de que tu nacieras.
Laura me echó una mirada en la que podía leer que pusiera cuidado en lo que decía.
- Yo estaba metido en una banda de carreras ilegales. Un día se lo confesé, y le prometí dejarlo.
- Ahh.
Laura suspiró largamente, yo seguí conduciendo.
- Papá, una preguntita...
- Dime.
- ¿Cómo conseguiste que mamá te dejase ir de tandas a circuitos.
- Pues por que un circuito es más seguro que la autopista -dijo Laura-.
Llegamos al aeropuerto, al sacar las maletas, miré la pegatina del Nordschleife. Había ido el verano anterior. El sonido del teléfono me sacó de mis pensamientos. Era Paula, nos llamaba para desearnos buen viaje, como Laura tenía el móvil apagado me había llamado a mí.
El viaje hasta Tokyo fue largo, muy largo. Había sido agotador. Tomamos un taxi hasta nuestro hotel, al llegar llamé a Kazuma cómo habíamos acordado. A la tarde siguiente, quedaríamos para volver a vernos.
Al día siguiente, la mañana la dedicamos a hacer turismo por Tokyo. Cristina alucinaba, tenía la sensación de estar en otro planeta, lo mismo que había sentido yo en su día. No dejaba de sacarse fotos y selfies. Queríamos enseñarle una sala de juegos enorme, dónde había las máquinas que son una grúa para coger regalos. A diferencia de lo que se estila por aquí (peluches del todo a cien), allí los regalos eran muñecos de series manga. Cristina quería uno, lo intentaba con toda su maña, pero era imposible. Se le acercó una chica con uniforme de instituto, le sonrió y le pidió por gestos si le dejaba jugar. La chica sacó un muñeco a la primera, y se lo dio sonriendo. Mi hija me llamó para que hiciese de intérprete.
- Cris, la chica dice que te vio jugando y quería ayudarte. Es un regalo para tí.
Cristina se acercó a ella y le dio un abrazo, la chica no dejaba de sonreír. tenía una larga melena morena y unos ojos muy expresivos.
- Asuka, ¿has acabado ya?
Al oír ese nombre, me giré rápidamente. Era la madre de la chica. La mujer se quedó mirándome.
- ¿Devil? -preguntó confusa-.
- ¿Asuka?
Ella se acercó a mi cogiendo a su hija de la mano. Cuando estuvo en frente nuestro, hizo una reverencia. Le contestamos y ella empezó a hablar.
- ¿Has vuelto?
- Sí, pero por poco tiempo.
- Me alegro muchísimo de verte. Ya veo que nuestra hijas se han conocido. Un placer.
- Igualmente Asuka, cuídate.
Ellas se marcharon sonriendo. Laura me miró con curiosidad.
- ¿Quién era?
- En su día competí contra ella. Devil era mi apodo en el mundillo.
Creo que Laura notó que al hablar de mi paso por el Mid Night Club hacía sentirme avergonzado y dolido. Noté que me tocaba en el hombre.
- ¿Seguimos el paseo?
- Sí -dijimos Cristina y yo al unísono-.
Tras la comida, Kazuma vino a recogernos al hotel. Volver a nuestro antiguo barrio me produjo una sensación especial. La casa en la que habíamos vivido seguía igual. Miré al balcón, por un instante recordé el intento de suicidio de Laura. En ese momento sentí que las piernas cedían y tuve que apoyarme en el coche. Laura también estaba muy emocionada, se acercó a mí corriendo.
- ¿Te encuentras bien?
- Sí. Es la emoción. Acaba de venírseme a la cabeza un mal recuerdo...
- Ya...
Cristina sabía la historia del aborto y la depresión de Laura. Se acercó a nosotros y me abrazó, después hizo lo mismo con su madre.
- Mami, ¿estás bien?
- Sí. Es la nostalgia. Vivimos momentos malos, pero también muy felices ahí dentro.
Mientras decía eso, acariciaba el pelo de Cristina, luego la besó en la frente. Me miró, con aquella mirada me dijo más cosas que con palabras, dibujó una sonrisa.Siempre le dije que sería la mejor madre del mundo, lo había conseguido. Cristina y ella tenían una complicidad tal, que en muchas ocasiones su relación parecía más de amigas que de madre e hija, sobre todo en temas en los que cómo hombre, yo poco podía hacer. Eso sí, cada vez que la veía hablar de chicos, me entraba una sensación extraña y me preguntaba que intenciones tendría ese chaval para con mi hija.
Kazuma nos hizo entrar, fue bonito volver a ver a su esposa, a Naoto, hecho todo un hombre, y a su prometida y futura mujer, una joven tímida y muy bella. Recordando viejos tiempos, Kazuma me enseñó un vídeo desde youtube.


Salía su RX-7 fucsia. Pero en una escena, en un arcén durante una batalla, salía mi R32. También salía una imagen grabada durante la batalla contra Smokey, con mi R32 en cabeza.
- La gente aún nos recuerda y admira.
- Pues admiran un error.
- Lo sé...
Junto a Kazuma, había tenido algo de trato con Smokey. Kazuma sacó un periódico de la parte baja de la mesa del ordenador.
- Mira esto, por favor.
- "Vendo guitarras españolas recién importadas a buen precio. Son de buena calidad. Estaré en la Estación de servicio de Namiki de 00 a 3 am. Gracias.". Kazuma, no...
- Tranquilo, no es una batalla, sería una reunión. El delito ya ha prescrito, hay gente que quiere volver a verte.
- Quedamos en no volver a vernos nunca más...
- Por eso, sólo vamos a recordar viejos tiempos, seguramente nadie entenderá el mensaje. Le decimos a las mujeres que te llevo a tomar algo y listo.
Nos dirigimos hacia el salón, oíamos que las chicas hablaban entre ellas, Laura ejercía de traductora, lo estaban pasando bien.
- Laura, si me permites, voy llevar a tu marido a dar una vuelta.
- Sí, claro. No vengáis muy tarde.
- Podéis quedaros aquí a dormir.
- No creo que volvamos muy tarde, como mucho a las tres de la madrugada.
- Pasadlo bien.
Salimos de su casa y me hizo subir en su coche. Aún conservaba un FC3s de calle, sin modificar. Tras unos minutos, aparecimos en polígono industrial. Kazuma se bajó del coche y se acercó al portal, lo abrió y metió el coche dentro. Con las luces del coche apenas se podía distinguir unos bultos cubiertos con lonas.
- Tengo algo que enseñarte...
- ¿Qué?
- Es una sorpresa...
Encendió las luces de la nave. Allí estaban su coches del Mid Night, el paraíso de cualquier aficionado a los Mazda con motor rotativo. Destapó su viejo RX-7 FD fucsia. A su lado había otro coche tapado con una lona, se me hacía familiar.
- Haz los honores - me dijo extendiendo su brazo en dirección al coche-.
Obedecí, al destaparlo, me embargó la emoción y las lágrimas brotaron de mis ojos. Mi R32, estaba allí, impoluto, perfecto.
- Lo compré hace varios años, el chico que lo compró tuvo un accidente con él. Lo arreglé y lo conduje un par de veces. No parecía apto para mí. Lo arranco de vez en cuando y le hago el mantenimiento, pero no me atrevo a conducirlo rápido. Desea que sólo tú lo conduzcas.
Kazuma me lanzó las llaves. Me subí rápidamente, lo encendí. Volver a sentir la potencia de aquel motor, aquel sonido tan poderoso... era muy especial. Kazuma me hizo un gesto y lo saqué a la calle, el sacó su RX-7, al que yo apodé "chicle". Pusimos rumbo a la Wangan, tuve la tentación de darlo todo, como en mi época de Hashiriya, pero me conformé por darme un gustazo ligero y lo puse durante un minuto o dos a más de 180 km/h en un lugar despejado. Luego frené, aunque la Wangan seguía desierta, era peligroso.
Al llegar a Namiki, dos Z32 aparcados, ambos de color rojo. En uno, el conductor estaba apoyado a una puerta y fumaba un cigarrillo. ¡Era Kenji! Al verme, empezó a gritar.
- ¡Es Devil! ¡Ha vuelto! ¡Díos mío, ha vuelto!
Corrió hacia mi coche, tan pronto como me bajé me hizo una reverencia y me abrazó. De nuestros ojos brotaban lágrimas.
- Hiro, ¡ven! Es Devil.
Hiro se bajó del coche, se había afeitado el pelo. Sonreía.
- ¡Qué alegría volver a verte!
- Lo mismo digo.
Miré a Kazuma, habían ido a saludarlo a él también. Los saludos se vieron interrumpidos por el sonido de más motores. Estaban llegando Smokey, Toshi y otros miembros del club. Todos nos saludábamos emocionados. Vi que me trataban con muchísimo respeto y que todos deseaban volver a verme. Sin embargo, echaba de menos a alguien, a quien yo tenía más respeto y cariño como Hashiriya, Masao.
Llevábamos un rato hablando, de nada en concreto, emocionados por el reencuentro. El sonido de un motor Porsche hizo que nos girásemos. Era Masao. Cuando se bajó del coche, su cara seria dejaba paso a una amplia sonrisa, visiblemente emocionado se acercó a nosotros. Saludó con su mano al grupo, al acercarse a mí, me dio un fuerte abrazo.
- Lo has logrado Devil. Sobreviviste a aquella enfermedad. Cuando te vi llegar al hospital, pensé que no lo lograrías. ¿Cómo está tu mujer?
- Bien, tenemos una preciosa niña.
- Me alegro de oír eso. Caballeros, disculpen mi retraso, se le está acabando la batería al coche y le cuesta arrancar.
Su 911, conocido en Japón como Yoshida Special lucía como nuevo.
Empezamos a hablar de todo un poco. De pronto Toshi rompió las reglas del club.
- Bueno, ya que no seguimos compitiendo, ¿cuál es vuestro trabajo?
- Yo me dedico a la inmobiliaria -dijo Kazuma-.
- Yo tengo un taller. Antes llevaba el concesionario de mis padres -dijo Smokey-. Aunque creo que todos visteis mi detención en Reino Unido.


- ¡Es cierto! -dije-.
- Bueno, yo soy director de una oficina bancaria -dijo Toshi.
- Mi trabajo es más aburrido -dijo Hiro-, soy profesor en la universidad, de física.
- Yo soy dibujante de cómics -dijo Kenji-.
- Creo que falto yo -dije-, soy ingeniero mecánico. Trabajaba en Nismo en la época del Mid Night Club...
- Con razón eras tan jodidamente rápido -dijo Hiro dándome un codazo suave-. Sabes una cosa: tu récord en la Wangan sigue imbatido.
En aquel momento, sentí una mezcla de orgullo y vergüenza.
Unos chicos se acercaron a nosotros.
- ¡Sois los Mid Night Club! Una leyenda...
- Sí, lo somos -dijo Toshi-. De eso hace mucho tiempo. Ya no corremos.
- Da igual, sois unos mitos. Están todos, ¡hasta el Devil R32!
Los chicos nos hicieron cientos de preguntas. Pronto nos sentimos incómodos y decidimos marcharnos. Al guardar el coche en la nave de Kazuma, él me vino a hablar.
- No contaba con que viniesen todos.
- Yo tampoco...
- Oye, quédate con el GT-R. Yo no lo uso nunca.
- No, me gustaría que se quedase en Japón. Es su tierra. Sé que está en buenas manos.


Mientras volvíamos, noté que había hecho lo correcto, lo qué pasó en Japón, que quede allí. Llevar el R32 para España, supondría desenterrar fantasmas. Volví con Laura y con Cristina al hotel.
- La mujer de Kazuma me ha dicho que tiene tu antiguo R32...
- Sí, me lo ha enseñado, los chicos del Mid Night Club han venido a verme. No hemos corrido, tenemos ya una edad y no somos unos inconscientes.
- ¿Lo has disfrutado?
- Sí, de una manera diferente, más personal. Lo he conducido, pero no he sentido esas ganas de exprimirlo a fondo, sería una locura.
Ella me miró sonriendo, Cristina parecía adormilada.
Durante la boda de Naoto, miré a Laura varias veces. No paré de agradecer que fuese ella la que me separase de la Wangan, gracias a ella, ahora me consideraba mejor persona. Por muy mal que lo hubiéramos pasado, todas las cosas que nos sucedieron me hicieron comprender que mi vida debía girar en torno a ella, no sobre un R32 de más de mil caballos. Gracias a ella, tenía el mejor regalo de todos, una hija preciosa y una segunda oportunidad.
Ya habíamos embarcado en el avión, Cristina traía miles de fotos del viaje. Laura le tiene miedo a volar, por lo que se aferraba a mi mano con fuerza. La miré, ella me devolvió el gesto y sonrió de manera nerviosa. Cristina iba sentada a mi derecha, al lado de la ventanilla, observando el paisaje.
- Gracias -dije a Laura susurrando-.
- ¿Por qué?
- Da igual, son cosas mías.

domingo, 15 de marzo de 2015

Capítulo 24: Quédate conmigo.

Un efecto que tenían en mí los hospitales era la pérdida completa de la percepción espacio-tiempo. A decir verdad, mi grado de consciencia era bastante bajo, así que la realidad que me rodeaba me llegaba muy distorsionada. No sé cuanto tiempo estuve en urgencias, ni cuanto tiempo pasó desde que llegué al hospital hasta que me subieron a planta. Ni los días que estuve allí antes de recibir medicación alguna, mientras los médicos me hacían pruebas para averiguar qué pasaba en mi cuerpo.
A pesar de que debieron de inyectarme algún tipo de calmante o similar, ya que no tenía aquel malestar continuo, pero sí que había un gran malestar que me atormentaba muy amargamente: Laura.
No sabía nada de ella, no me había llegado ningún tipo de notificación de la embajada... y la echaba de menos con toda mi alma. En aquel momento no me importaba nada, sólo ella. Tenía muy claro que se acercaba el final de mi vida, lo más seguro es que nadie supiese nada de mí, ni Laura, ni mis padres... y menos aún Masao, que a pesar de trabajar en el mismo hospital, mantendría su pacto y evitaría cualquier contacto conmigo.


Me imaginaba que estaba solo en aquella habitación, ya que no oía voces, ni visitas de un posible compañero de cuarto. Alguna enfermera que venía a verme encendía la radio o la televisión, no sé, pero supongo que lo haría para evadirse un poco de la que -supongo- era una imagen no muy agradable.
Un día que me encontraba mejor, a la mañana, o lo que a mí se me antojaba mañana, ya que fue la hora a la que la enfermera me dio el desayuno y abrió la persiana de la habitación. Cuando acabaron de atenderme, volvió la soledad. Miré a la ventana, vislumbré aquella visión con dificultad, lo veía todo como rodeado por un halo blanco. En aquel momento noté una gran serenidad, como si fuera una señal de mejoría cercana a la muerte. Cerré los ojos y me dejé deslizar por la cama, seguía notando una tranquilidad y paz especial. En ese momento en el que caí como adormilado, noté que la puerta se abría. Oí voces, que apenas podía distinguir.
- Es aquí.
- Muchas gracias.
Oí unos pasos que parecían acercarse a mi cama. Notaba una presencia, un olor especial, me parecía un perfume femenino. Todo estaba en silencio, pero creía oír una respiración, sonaba entrecortada. Todo aquel silencio se rompió de repente.
- ¡Dios mío!
- Laura... ¿eres tú?
- Sí, cielo, soy yo. Tranquilo, no hables.
Noté que una de sus manos me acariciaba un hombro. Oí un ruido, parecía que había movido la silla, también me pareció oír el ruido de ella al sentarse. Tras eso, un largo suspiro y lo que me pareció llanto. Giré mi cabeza para verla, tenía su cabeza entre sus manos, su melena apenas me dejaba ver sus manos.
Volví a caer en aquella especie de letargo. Tiempo después me despertó el ruido de unas ruedas que supuse sería el carrito que traía la comida. Entre Laura y la enfermera me incorporaron en la cama.
- Ya le doy yo la comida -dijo Laura-. Gracias.
- De nada. Buen provecho.
Miré a Laura, no pude evitarlo, rompí a llorar. Ella intentó ser algo más fuerte que yo, pero me pareció ver una lágrima recorrer su mejilla. La veía con la cara desencajada, parecía triste.
- ¿Cómo has sabido qué estaba aquí?
- No importa. ¿Ya te han dicho algo los médicos?
- No. Pero creo que ya sé lo que me pasa.
- ¿Qué?
- Esto es cáncer. Algo me está devorando las entrañas.
Ella rompió a llorar con fuerza.
- ¡No digas eso!
- Me lo tengo bien merecido.
- No digas tonterías...
Ella siguió dándome de comer, su mirada parecía triste. A pesar de sus ánimos, creo que ella tenía tan claro como yo que a mí me quedaba poco en este mundo. Hice un rápido examen de conciencia. Si a alguien había hecho daño, era a ella.
El tiempo pasó de manera muy lenta para mí, no sé cuántos días pasaron, pero un día llegó un médico a la habitación. Laura estuvo siempre a mi lado.
- Creo que hemos encontrado la causa de su enfermedad.
- ¿Es cáncer? -dije-.
- Por suerte, no. Se trata de una anemia perniciosa. Lo primero que necesita es una transfusión de sangre, o varias. No se preocupe.
- Mi sangre sería compatible -dijo Laura-. Pero... no puedo donar.
- No se preocupe, tenemos sangre más que suficiente en el banco.
El doctor se marchó. Miré a Laura, ella parecía tener la mirada perdida en algún punto de la pared.
- Laura.
- Dime.
- ¿Por qué no puedes donar sangre?
- No importa...
- ¿Cómo te has enterado de que estoy aquí?
- Vine a una consulta...
- ¿A cuál?
- Vale. Vine a una revisión con el doctor Yoshida. Él me dijo que estabas aquí, preguntó por tí.
- ¿Has ido por casa?
- No.
- Sólo quería saber si había llegado alguna notificación de la embajada.
- No, todavía no entregué los papeles, no he tenido tiempo.
En ese momento ella me miró. Por unos segundos esbozó una sonrisa.
- ¿No quieres saber por qué he venido a la consulta del doctor Yoshida?
- Sí.
- Estoy embarazada.
- ¿De veras?
- Sí. Por eso no quise entregarlos en la embajada. Me parece que esta criatura tiene derecho a conocer a su padre.
La miré, una lágrima caía de sus ojos. Suspiró y me miró.
- Si quieres conocerlo, tendrán que cambiar muchas cosas.
- Tranquila, el Mid Night Club se ha disuelto. He vendido el R32. Las batallas, las salidas de casa a medianoche y todas aquellas historias se han acabado. Tardé mucho tiempo en comprender que con todo eso estaba haciendo daño a la persona más importante de mi vida.
La miré a los ojos, moví mi mano buscando la suya, ella la acercó, entrelacé mis dedos con los suyos, noté el roce de mi piel con su alianza.


Ella parecía emocionada.
- ¡Laura, te echaba tanto de menos! ¿Podrás perdonarme algún día?
- Claro que sí. También te he echado mucho en falta. Estos días, a pesar de sentirme muy engañada, tampoco pude olvidar todas las cosas buenas que hiciste por mí. Creo que te daré una segunda oportunidad, aunque no la mereces mucho...
Esa última frase la dijo con una mirada y una voz muy dulces. Se levantó de la silla, se acercó a la cama y se sentó sobre ella. Se acercó a mí sonriendo y me besó. Sonará cursi, pero en aquel momento noté en mi interior una mejoría espectacular. Hasta aquel momento, pensé que la había perdido de mi vida. Tras ese momento, ella sacó la carpeta que contenía el acuerdo de divorcio y la rompió en cuatro trozos que tiró a la papelera.
- Gracias por no dejarme solo -dije-.
- Cuando me dijiste que ojalá conociese a alguién que me tratase como me lo merecía, comprendí lo mucho que me querías. Tu no sueles decir esas cosas para quedar bien.
Volvió a dedicarme una de sus sonrisas antes de acariciarme la cara.
El resto de días que permanecí en el hospital fui notando una mejoría constante. Ya me atrevía a salir a dar pequeños paseos por el pasillo, bajo la atenta mirada de Laura, incluso había ganado algo de peso.
Vi un par de veces a Masao por los pasillos, pero nuestras miradas se esquivaban, como si ambos sintiésemos una profunda vergüenza por lo que habíamos hecho. Sólo hablé una vez con él, se interesó por mí y por Laura.
Cuando recibí el alta, a los pocos días fui a recoger todas las cosas de Laura al apartamento en el que vivía. No podía hacer muchos esfuerzos, pero ayudé todo lo que pude. Dí en Nismo la noticio de que quería unirme al proyecto de IHI en España. Me despedí de mis compañeros de trabajo, uno a uno. El que hasta aquel momento había sido mi jefe se comprometió en enviarme el Z32 a España. Recogí mi despacho y me marché haciendo una fotografía mental del lugar.
Poco tiempo antes de volver a España, Laura ya estaba a la mitad de su embarazo. Nunca estuve tan pendiente de ella. En una semana volveríamos a España, nuestra casa era un lío de las cajas y paquetes que aún quedaban por enviar. Decidimos hacer una foto para recordar los años que estuvimos en la tierra del sol naciente. Nos habían regalado unos kimonos que nunca habíamos usado y nos parecía buena idea ponérnoslos para aquella foto. Los guardamos en una bolsa y nos los llevamos a un estudio de fotografía. Al llegar allí, la joven dependiente me saludó con gran simpatía, llevaba un cartelito con su nombre, también se llamaba Asuka.
- ¿En qué puedo ayudarles?
- Nos gustaría sacarnos unas fotos.
- Claro, acompáñenme.
- Verá, nos gustaría poner unos kimonos. ¿Sería ofensivo para su cultura? -dije-.
- No -dijo la dependiente sonriendo-. Siempre y cuando los pongan y traten con respeto.
Nos los pusimos, con ayuda de la joven. Procuramos no apretar demasiado la faja del de Laura. El día que recogimos las fotos, me quedé hipnotizado con ellas. Laura salía espectacularmente bella, con una sonrisa enorme y una mirada muy especial, más luminosa que nunca.
Pocos días después, ya estábamos embarcando de regreso a España. de camino al aeropuerto, pasamos por la Wangan. El Daimyo no Wangan la recorría por última vez. Nuestro vecino, Kazuma, se había ofrecido a llevarnos en una furgoneta de su empresa, una inmobiliaria. Durante aquel trayecto, me pareció oír el potente sonido de un motor al límite de sus revoluciones, al mirar por la ventanilla, sólo vi un montón de key-cars.
Ya habíamos embarcado en el avión, Laura enseño un certificado médico a una azafata para avisarla de que estaba embarazada.
Miré por la ventanilla del avión y agarré la mano de Laura, nos miramos a los ojos y en ese instante noté que era el hombre más afortunado del mundo, un hombre que tenía la suerte de contar con una segunda oportunidad.


Tras ver por última vez el paisaje por la ventanilla, Laura me llamó.
- ¡Mira! No te se te hace conocida esa canción que suena?
- ¡Oh! ¡Es de la película Lady Snowblood!
- Es muy bonita.
Meses después, Laura dio a luz. Una niña preciosa, un bebé que cuando lo tuve en mis brazos me hizo sentir un instinto de protección. Tanto Laura como yo teníamos miedo sobre nuestras aptitudes como padres. La bautizamos con el nombre de Cristina, ya que para Laura y para mí ese nombre evocaba a personas muy especiales que, por desgracia, ya no estaban entre nosotros (su madre y mi abuela).
Esta ha sido la historia de mi vida durante mi estancia en Japón, algo bonito de recordar mientras guardo las maletas antes de volver a visitar la tierra del sol naciente.
Ahora mismo, yo ya no soy aquel joven ingeniero, Laura sigue siendo la bellísima mujer de mi vida, y Cristina, una preciosa adolescente que es el vivo retrato de su madre, que ahora se dispone a acompañar a sus padres en el que será el viaje más largo de su vida.




Continuará...

miércoles, 11 de marzo de 2015

Capítulo 23: Seppuku. El final del Mid Night Club.

Durante toda la noche oí llantos en el dormitorio. Laura no paraba de llorar, llamaba a la puerta pero ella la había bloqueado por dentro y se negaba a abrir.
Bajé al salón y me tumbé en el sofá. Oía las puerta del armario abrirse y cerrarse. Ruidos de cremalleras, golpes ligeros y numerosos pasos. Después la oí hablar en japonés, no podía entender lo que decía, ni tampoco tenía ganas de subir a escuchar su conversación.
A la mañana siguiente yo seguía tumbado en el sofá, con los ojos abiertos y bastante doloridos. Oí un ruido por la escaleras y me levanté para mirar. Laura bajaba con una maleta enorme.
- ¿Adónde vas?
- No es asunto tuyo...
- Laura, por favor...
- ¡Déjame en paz! -chilló-.
Recuerdo que salió por la puerta cabizbaja, fuera estaba esperando un taxi. Salí a la calle, ella se había montado en el taxi y le había dado orden al taxista de marcharse. Ella no se giró. En ese momento descubrí realmente lo dolida que ella estaba conmigo. Tras todo ese tiempo de perfecto matrimonio, en apariencia, todo se había arruinado.
Volví a entrar en casa, subí al dormitorio. Me encontré un panorama desolador. El armario estaba abierto, toda su ropa faltaba. Lo único que había dejado era la caja de aquellos tacones Louboutin que tanto le gustaban. La abrí y descubrí que aún estaban allí.
Ese día, a la tarde, recorrí muchas calles de Tokyo con la esperanza de ver a Laura por alguna de ellas.

La llamé miles de veces, no respondía nunca. El mensaje "Hola, soy Laura. Por favor llama en otro momento" me parecía casi un consuelo. Me conformaba esa manera de oír su voz, aunque sonase tan artificial y metálica.
Al caer la noche, me encontré mirando una foto suya. Debía tener unos veinte años. Empecé a recordar que aquella foto me la envío cuando yo estaba haciendo el servicio militar. Debido a mis estudios, me permitieron servir durante dos veranos en el cuerpo de ingenieros del Ejército. El primer verano lo pasé en un pequeño pueblo de A Coruña, en una estación de vigilancia aérea. La foto correspondía a mi segundo verano de servicio, en la Academia General del Aire. Laura y yo nos escribíamos casi a diario. Nos dedicábamos hermosas palabras de amor y de añoranza mutua. Aquella foto la enmarqué, y me pasaba las horas muertas mirándola. La soledad a veces me hacía recordar su perfume. Su sonrisa y su mirada, eran las armas con las que me había enamorado de ella. Ahora, la había perdido.
Dejé la foto en la estantería, a su lado encontré la cinta de vídeo de nuestra boda. Al verla empecé a arrepentirme de todo lo que había hecho. Ella, como una princesa de cuento bajando del Citroën DS negro de mis padres, con aquella sonrisa preciosa, y yo hecho un manojo de nervios esperándola.
Cuando iba a trabajar tenía una sensación extrañísima, al caminar entre la gente era como si atravesase un túnel en el que oía a la gente como muy lejana. En mi mente sólo había un pensamiento que se repetía incesantemente: Laura.


En el trabajo estaba ausente, y mi malestar psíquico parecía empeorar mi estómago. Lo poco que comía me sentaba como un disparo, lo único que toleraba era beber agua con limón.
Un día, en la oficina, recibí una llamada de teléfono, era Laura.
- Hola.
- Me gustaría hablar contigo -dijo ella, con un hilo de voz-.
- Vale, dime lugar y hora.
- ¿Te parece bien la cafetería que hay al lado de mi laboratorio esta tarde?
- No sería mejor que fuese en casa. Sigue siendo tu casa...
- Perfecto, procura venir, aunque tengas una reunión con tus amigotes pilotos.
Tras decir esa frase, colgó el teléfono. Me quede unos segundos con el auricular en la mano, inmóvil. Su voz nunca me había parecido tan desgarrada.
Al llegar a casa me apresuré a arreglar un poco el salón, había varias revistas tiradas y algo de desorden. Cuando Laura llamó al timbre salí a toda prisa hacia la puerta, del esfuerzo, mis piernas no respondieron correctamente y casi me caigo. Al abrir, me encontré con una Laura cabizbaja, me miró con unos ojos enrojecidos y con ojeras. Su mirada estaba apagada, nunca la había visto tan apagada.
- Pasa, por favor -dije-.
- Gracias.
Ella al entrar me miró. Pude ver un gesto extraño en su cara, seguramente por mi aspecto físico, ahora hasta yo era consciente de que lo de mi estómago me estaba pasando factura.
- Te importaría hablar en el salón -dije-.
- Como quieras.
Ella se sentó, colocó el bolso sobre sus rodillas y buscó algo dentro de él.
- Laura, ¿quieres tomar algo?
- No. Estoy bien -dijo aquello sin levantar la mirada de su bolso-.
Ella sacó una carpeta de cartulina. Me la extendió.
- Lee eso, por favor.
- "Embajada Española en Tokio. Acuerdo de divorcio...". Perfecto...
- Si lo prefieres, vamos por las malas al juzgado.
En ese momento agaché la cabeza y empecé a llorar. Busqué un bolígrafo y firmé aquel acuerdo sin ni siquiera leerlo. Ella me miró, por dos segundo nos miramos a los ojos, ella también lloraba. Se limpió los ojos y empezó a hablar muy suavemente.
- ¿Cómo estás?
- Podía ser mejor...
- Pensé que no me entenderías...
- Laura, lo entiendo muy bien. Te he traicionado.
- No es eso, pensé que no aceptarías este acuerdo.
- Me da igual todo, aunque no seas mi mujer, te deseo todo lo mejor. Espero que encuentres a alguien mejor que yo y te trate como realmente lo mereces. Que tengas mucha suerte.
Casi no pude pronunciar aquellas palabras. Era como si me extirpasen algo de mi personalidad. Yo aún seguía enamorado de ella,pero entendía sus sentimientos. La quería tanto que comprendí que lo mejor que ella podía hacer era alejarse de mí.
Ella dijo que se marchaba. Antes de irse, me acerqué a ella con la caja de aquellos tacones que tanto le gustaban.
- Laura, toma, son tuyos.
- Déjalos aquí, aún no tengo sitio donde ponerlos.
- ¿Dónde vives ahora?
- En un apartamento de una compañera de trabajo. Estoy bien, no te preocupes. Tú cuídate, por favor. Ya te avisarán del consulado sobre cómo va lo del divorcio.
Antes de irse, ella me dio un abrazo. A pesar de que ella parecía hablar de manera dulce, noté algo frío en su abrazo. Normal, nunca le había hecho tanto daño a nadie.
No sé cuántos días pasaron, pero seguía sin tener noticias de Laura. Cualquier esfuerzo ahora se convertía en una odisea. Un viernes, tuve una batalla, subir a mi R32 fue un auténtico esfuerzo. Al llegar a la batalla, me tuve que acercar a una papelera y vomitar. Hiro y Kenji se acercaron a mí.
- ¿Te encuentras bien Devil?
- Tranquilo Kenji. Estoy bien.
- Tienes muy mala cara -dijo Hiro-.
- No os preocupéis. Estoy bien.
Al cabo de un rato, Masao, Toshi, Kazuma y Smokey aparecieron por el lugar.
- El tráfico hoy es terrible -dijo Masao-.
- Cierto, es mejor no hacer batallas hoy -sentenció Toshi-.
- ¡Mid Night! ¡Cobardes!
En ese momento nos giramos para ver quien gritaba aquello. Vimos a una banda de Bosozoku conocidos como Jokers. Todos sabíamos que era un grupo bastante conflictivo, con lazos con la Yakuza. Al principio pasamos de ellos, pero se acercaron a nosotros desafiándonos y llamándonos cobardes. El tipo que más gritaba iba muy bebido. Se acercó a mí, su aliento apestaba a alcohol, tanto que casi me mareo y me dieron arcadas. Le dí un empujón para separarlo. Aquel bosozoku se puso chulo.
- ¿Sabes quien soy yo?
- No me interesa. ¿Sabes tú quien soy yo?
- Un capullo.
- No, yo soy Devil.
Entre el resto de pandilleros se hizo un silencio, empezaron a mirarme con más respeto que aquel borracho.
- Bah, te crees muy rápido.
- Por favor -dijo Toshi-. ¿Podéis marcharos?
Uno de aquellos chicos iba a montarse en su moto. El borracho lo paró. Nos miró.
- Queremos correr contra vosotros.
- Paso -dijo Masao-. Hay mucho tráfico y sería peligroso.
- ¡Gallinas!
- ¡Lo que me faltaba! -dijo Toshi- ¡Yo correré contra vosotros!
Intentamos pararlo, fue imposible. Me subí al coche de Hiro. Masao iba con Kenji. Empezamos a seguirlos por la Wangan. En un momento dado, entraron en una zona de alto tráfico. El borracho hizo un extraño zigzag, acabó empotrándose contra un coche, el otro motero, intentó esquivarlo, derribando a un motorista inocente. Toshi frenó en seco, no alcanzó a nadie. Pude ver aterrizar el cuerpo de el bosozoku al que habían obligado a correr. Rebotó tres veces antes de pararse en el suelo. Me bajé del coche y me acerqué al motorista inocente, le tomé el pulso en el cuello, había muerto. Corrí hacia los ocupantes del coche, aquel Daihatsu Mira había volcado. Unos metros más adelante estaba el cadáver de aquel pandillero borracho. La conductora del Daihatsu era una chica joven, con un uniforme de azafata. Estaba ensangrentada y parecía que se había desnucado. Me giré y vi a Toshi llamando a una ambulancia desde un poste SOS cercano. Cuando colgó nos gritó que volviésemos al punto de inicio. Cuando volvimos con nuestros compañeros, Toshi empezó a hablar.
- La principal norma de nuestro club era no poner la vida de los demás en peligro. Por culpa de ese borracho, ha habido un accidente y han muerto cuatro personas. Es el final. Debemos respetar las reglas hasta sus últimas consecuencias. No volveremos a juntarnos jamás. Si alguno que no ha venido hoy sigue leyendo en los periódicos los anuncios para encontrar nuestras batallas, que siga haciéndolo. Ya no habrá nada más, somos historia. ¿Entendido?
- Sí -dijimos todos a coro-.
- Ha sido un auténtico placer y honor conoceros a todos.
En ese momento, nosotros, los samurais del asfalto, firmamos una especie de pacto de suicidio colectivo. Cumplimos a rajatabla nuestro Bushido, lo habíamos roto y deshonrado. La solución a esa deshonra era el seppuku, el suicidio ritual que conocemos como harakiri.
Volví a casa y empecé a encontrarme cada vez peor. La noche fue un auténtico calvario. Aquel fin de semana fue horrible. El lunes, apenas podía moverme sin hacer un esfuerzo impresionante, mi visión se nublaba y conducir mi R32 hasta las instalaciones de Nismo fue una auténtica proeza. Le puse un cartel de "se vende". Un mecánico se acercó a mí diciéndome que me lo compraba. Acordamos el precio y le dí las llaves. Al salir de trabajar, no pude más, llamé un taxi, le pedí que me llevara al hospital.
Cuando llegué, apenas podía moverme por mi cuenta, el taxista me acompañó amablemente hasta la puerta de urgencias. Abrí la puerta con dificultad y caminé con esfuerzo hacia el mostrador.


Me agarré con ambas manos a él, mi piernas apenas podían conmigo. La enfermera que estaba allí se sobresaltó y pidió ayuda a gritos. Mis fuerzas flaqueaban cada vez más y acabé cayendo al suelo con la vista totalmente borrosa.
- Señor, ¿qué le pasa? -gritaban la enfermera y un médico-.
Era incapaz de responder. Empecé a tener una sensación extraña, como cuando tuve el accidente con aquel prototipo.
Oía que los médicos querían hacerme pruebas. Oí que me iban a sacar sangre, pero no sentí ningún pinchazo.
Estaba solo, sabía que mi final se acercaba. Y lo peor de todo, no hacía más que recordar a Laura. Quizá estaba pagando el precio por todo el daño que le había hecho.

domingo, 8 de marzo de 2015

Capítulo 22: Wangan daimyo -El amo de la Wangan-.

Cuando regresé a casa, las luces estaban apagadas. Al llegar al dormitorio, vi que Laura estaba dormida, así que me metí en cama lo más sigilosamente posible. Sin embargo, todo mi cuidado fue insuficiente, ya que Laura despertó. Con voz adormilada me deseó buenas noches y cerró sus ojos.


La observé muy atentamente, seguía siendo tan bella como cuando la conocí. No podía creerme lo mal que me estaba portando con ella. Seguía enamorado de ella, como el primer día, pero todo aquel cúmulo de mentiras estaba empezando a causarme estragos. Tenía muy claro que era la mujer de mi vida, si ella me dejase, no sabría qué hacer. De otro lado, si le contaba lo qué hacía con el Mid Night Club, sería lo más valiente y correcto, si me abandonaba, era algo que me merecía. Después de todo lo que tuvo que sufrir, merecía saber la verdad. Todo estaba decidido, si era capaz de dejarlo todo para defender el honor de Mid Night Club, sería de decírselo a Laura. Es más, defendiendo al Mid Night Club deshonraba a Laura, también a mi mismo. Un proverbio japonés decía "lo único que sobrevive a un samurai es la deshonra". Sólo tendría que esperar al momento adecuado para contárselo.
Aquella noche no dormí, mi conciencia parecía castigarme con el insomnio por todo lo que le estaba haciendo a Laura. Ella se despertó y me miró sonriendo. Su gesto se torció al ver mi cara.
- ¿Qué te ocurre? Tienes mala cara...
- Nada, sólo que no he dormido nada.
- Quédate un poco en cama, así descansas.
- Paso, prefiero levantarme.
Así lo hice. A la hora de desayunar, el café y las galletas me sentaron como un disparo dentro del estómago. Salí corriendo al baño, Laura entró detrás de mí.
- ¡Vamos al médico ya!
- ¿Para qué? Para que me mande beber agua con limón.
- Debes ir, no seas cabezota.
- Tranquila, ya hacía bastante tiempo que esto no me pasaba, estoy mejor. El médico de la empresa me dijo que era un virus, lo que pasa es que es malo de eliminar.
Ella me miraba a los ojos, parecía nerviosa. Sonreí e intenté mantener la calma, intentando hacer que mi versión fuera creíble. La verdad es que cada vez estaba peor del estómago. Había adelgazado cerca de siete kilos en poco más de un mes y mis fuerzas flaqueaban. 
Laura no sabía qué hacer, en el trabajo, me llamaba docenas de veces para ver cómo me encontraba, buscaba huecos para comer conmigo y cientos de cosas más para cuidarme. Mientras ella se portaba tan bien conmigo, yo no hacía más que darle vueltas a mi cabeza pensando en el pago que le estaba dando: escabullirme de casa con excusas falsas para ir a correr mis compañeros por la Wangan.
Al leer un viernes de finales de enero el periódico vi que tenía convocada una batalla. El plan que urdí consistía en decirle a Laura que debía volver a Nismo a la noche para comprobar cómo iba una prueba de esfuerzo de un motor que duraba 24 horas.
Salí de casa con una chaqueta Sparco tipo ignífuga que me me habían reglado en Nismo, recuerdo que hacía bastante frío. Los guantes que solía poner para conducir, ahora cumplían la doble función de abrigar. Al salir hacia el garaje, Laura estaba asomada al balcón. Sonreía, me lanzó un beso de despedida.
Cuando llegué al punto acordado, Kazuma, Masao, Hiro, Smokey y Toshi estaban charlando. Me acerqué a ellos y me abrieron un hueco en su círculo y conversación.
- Buenas noches -dije-.
- Buenas -contestaron ellos-.
- ¿Cómo va hoy la cosa?
- Vamos a hacer una batalla diferente, a ver quien bate el récord de la Wangan.
- Hola, llego tarde. Perdón -dijo Kenji-. ¿Quién tenía el récord anterior?
- Yo -sentenció Masao-.
Me explicaron que se trataría de ir de un punto a otro lo más rápido posible. Para mi gusto, el punto más peligroso sería el puente de Yokohama, dónde el viento podía causar más de un problema.
Yo acepté el reto, al igual que Kenji. El récord lo había marcado Masao en 1992. Él había aceptado venir a mi lado como cronometrador. Hiro Nos daría la salida.


A la señal acordada, aceleré sin piedad, salían llamas de mi escape, había bastante tráfico de camiones que salían del aeropuerto de Narita. Me desembaracé de Kenji pronto, aún así, podía ver el haz de sus luces por el retrovisor. Llegué a alcanzar cerca de 340 km/h, el ruido era impresionante y parecía que el motor iba a reventar.
Al llegar al punto final, Masao miró su cronómetro y me miró.
- ¿Qué tiempo he marcado?
- Te lo diré en un momento, cuando llegué Kenji y al hablar con los de la Option, que nos están esperando.
De allí a un rato, llegó Kenji, con su Z32 humeando ligeramente.
- ¡Maldición! Se ha sobrecalentado, creo que le he desintegrado las juntas de culata.
Él abrió el capó y una pequeña nube blanca salió del vano motor.
- No parece un gripado -dijo Masao-.
- No -dije yo-, déjalo ahí a que enfríe. Después le echamos refrigerante.
- Da igual, ya tenía pensado abrirle motor y mejorarlo algo más.
Otros miembros del Mid Night Club fueron llegando. Los periodistas presentes, hablaron con Masao, que se acercó a mí.
- Debo decir que mi tiempo ha sido superado. Devil ha sido unos veinticinco segundos más rápido que yo.
En ese momento se oyeron aplausos coreando el nombre con el que era conocido entre los Hashiriya. Devil, The White Devil, The Beast, Devil Godzilla, White Baron, eran alguno de los sobrenombres que me ponían en revistas, pero el de Devil era el más usado y mi favorito. En ese momento recordé a Asuka, aunque ella no estuviese allí, debía cumplir mi palabra, aquella victoria era para ella, y en memoria de su hermano.
Cuando los periodistas se fueron, me acerqué a la tienda de aquel área de servicio, compré una botella de refrigerante y me acerqué a Kenji.
- Toma, rellena el radiador.
- Gracias. ¿Cuánto te han cobrado?
- Nada, invito yo.
- Muchas gracias. ¿Te encuentras bien?
- Sí.
- No sé, pareces preocupado, estás delgado y pálido...
- No te preocupes por nada. Estoy bien. Tengo que irme.
Él se despidió con su saludo militar.
De camino a casa, mientras conducía pensaba en hablar con Laura, estaba decidido. Iba a contárselo todo. Cuando abrí la puerta del dormitorio, ella estaba profundamente dormida, ni se movió cuando me acosté.
A la mañana siguiente volví a acobardarme, pero a la tarde, cuando regresábamos de hacer la compra, ella propició el momento.
- ¿Qué tal ayer en los talleres?
Suspiré largamente y le dije que entrásemos en casa. Le extendí una silla y la invité a sentarse.
- Me estás asustando.
- Ayer no estuve en Nismo.
Ella empezó a ponerse muy nerviosa, por sus ojos empezaban a asomar lágrimas.
- ¿Hay... hay otra mujer?
- No.
- ¿Entonces...?
- Durante todos estos años, los viernes que salía de casa de madrugada no iba a ver a ninguna mujer. Y cuando te decía que iba a quedar con los de mi escudería, nos dedicábamos a hacer carreras ilegales por la autopista. Siento haberte engañado.
Ella se quedó estupefacta, pensé que me golpearía, pero lo que hizo fue levantarse y salir corriendo hacia la puerta. La agarré de un brazo y ella se giró hacia mí.
- ¡Desgraciado! ¡Yo nunca te he importado! Me has estado engañando durante tanto tiempo...
- Laura, yo...
- ¡Déjame! ¡Si la culpa es mía! Soy una imbécil.
- No es cierto...
- ¡Calla! Por favor. Ni cuando más lo necesité me cuidaste. Mucho me arrepiento de haberte creído cuando me juraste que no me dejarías sola.
- Yo...
- ¿Sabes cual fue mi mayor error? Enamorarme de ti y dártelo todo. ¡Ojalá no te hubiera conocido nunca!
En aquel momento sentí como mi mundo se derrumbaba. Ella todavía llevaba puesto su jersey de lana negro, de cuello vuelto y un gorro, también de lana. Su mirada era tan triste que se grabó a fuego en mi mente. Subió las escaleras y desde el descansillo volvió a mirarme, aquellos ojos me mostraban como había roto el corazón de la persona más importante de mi vida. Cerró la puerta del dormitorio de un portazo, cuyo eco parecía repetir en mi mente la frase "¡Ojalá no te hubiese conocido!".

domingo, 1 de marzo de 2015

Capítulo 21: Lady Snowblood.

Durante aquellos diez días libres que me otorgaron en Nismo, Laura y yo pasamos mucho tiempo juntos. Vimos sobre todo películas japonesas antiguas. Ninjas, samurais, kárate, artes marciales, honor... los tópicos del cine japonés. Sin embargo, hubo una de ellas que me sorprendió, y también a Laura. La protagonista era una mujer en busca de venganza. Era una mujer con una belleza enigmática y una mirada muy expresiva. El título de la película era "Lady Snowblood".


La actriz, respondía al nombre de Meiko Kaji y también era cantante, de género Enka. A Laura y a mí nos impresionó los papeles que desempeñaba, una mujer fuerte, indoblegable y bella movida por la sed de vengar a las víctimas de un injusto. Rebuscando un poco de información, nos enteramos de que Meiko fue una auténtica heroína de las mujeres y chicas japonesas, que la tenían como una libertadora.
El tiempo avanzó de manera irremisible. Cuando nos quisimos dar cuenta, el otoño había llegado Tokyo. Mis temores sobre que Laura descubriese mi segunda vida nocturna se acrecentaban. Constantes preguntas, discusiones. Recuerdo una discusión muy fuerte, en la que ella se echó a llorar, me gritó que no estaba cumpliendo mi promesa de cuidar de ella, que la dejaba sola. Desgraciadamente, tenía razón. Por más de una vez, ella y yo temimos que su depresión hubiese desembocado hacia un Trastorno de Dependencia. La psiquiatra nos confirmó que la salud mental de Laura era correcta. Desgraciadamente,  pesar de su juventud, la doctora Temashita moría poco tiempo después de aquella consulta en un absurdo accidente de tráfico.
Mi carrera como Hashiriya subía como la espuma. En una ocasión, Masao y yo tuvimos una batalla, en la cual yo salí vencedor. Recuerdo que durante el trascurso de aquella batalla, el famoso Toyota Supra negro hizo su aparición. Lo habíamos apodado Kuroi Kage, "sombra negra", ya ue desde hacía unos meses, aparecía en nuestras batallas, se ponía al par de un coche del Mid Night Club y luego desaparecía. También tuve una batalla con Smokey, cuyo R33 de 1200 caballos no pudo ser más rápido que mi R32. La razón: su peso. De la batalla con Masao guardo un grato recuerdo. Masao era un caballero fuera y dentro del coche, un rival temible pero legal. Sus comentarios tras una batalla eran breves y serios.
Por otra banda, lo que no mejoraba nada era mi salud. Mi estómago parecía rechazar cualquier tipo de comida. Fueron varias las veces en las que tuve que abandonar la mesa e ir al cuarto de baño más próximo. Yo apenas le daba importancia, Laura, por el contrario, se preocupaba muchísimo, insistiendo en que visitase un médico. La ignoré, diciéndole que estaba mejor, aguantando de pie en más de una ocasión con demasiado esfuerzo. Lo pasé realmente mal un día en el trabajo, dónde mis compañeros se asustaron al ver que no era capaz de levantar una caja de unos cinco kilos que se me había caído de las manos.
Sin salir del tema del trabajo, en aquella época unas empresas especialistas en materia de turbos habían venido de visita a Nismo. Varios ingenieros de Garrett, KKK e incluso de mi viejo empleo, IHI, habían venido a ofrecer sus nuevos productos. Los R33 de calle equipaban turbos Garrett, pero las versiones mejoradas por Nismo siempre montaban componentes IHI. A todas ellas mandé esquemas sobre diseños míos de turbinas, todas contestaban que esos diseños serían o carísimos o imposibles de fabricar, pero en IHI siempre cumplían, con una calidad excelente. Recuerdo que de IHI habían venido ingenieros extranjeros junto con los japoneses. Mi antiguo jefe me vio y vino a saludarme.
- ¡Buenos días!
- Buenos días, señor, ¿cómo está?
- Bien, gracias. Lo noto distinto, ¿ha adelgazado?
- Sí, he bajado algo de peso.
Era cierto, desde que empezaran mis molestias de estómago había bajado peso, con gran preocupación para Laura.
- Verá -prosiguió mi antiguo jefe-, me gustaría hacerle una propuesta, pero no aquí, el próximo sábado a la tarde reunámonos en el centro de desarrollo.
- Muy bien. Que tenga un buen día.
Al despedirme de mi antiguo jefe, saqué el móvil y llamé a Laura. Tras dos o tres tonos, ella contestó sobresaltada.
- ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?
- Sí, tranquila.
- Uff, qué nervios... Dime.
- Verás, los de IHI me han llamado, quieren reunirse el sábado conmigo.
- Ah, vale.
- ¿Me acompañarías?
- Claro, bueno, te dejo, que tengo bastante lío. ¿A qué hora voy por ahí?
- Paso yo a recogerte. Un beso.
- Te quiero. Besitos.
Así llegamos al sábado, día de la reunión con los directivos de IHI. A Laura la mandaron esperar fuera. No recuerdo el tiempo exacto que estuve allí con mi antiguo jefe y con aquel ingeniero inglés. Recuerdo que al salir, Laura estaba sentada y al verme se levantó muy rápido.
- ¿Qué tal?
- Bien.
- ¿Pero qué te han dicho?
- Tienen un proyecto, abrir un centro de desarrollo y diseño avanzado en Europa.
- ¿Y?
- Les gustaría que yo fuese el director.
- ¿En qué país?
- Aún está todo en fase proyecto, en principio sería en España.
- ¿Qué has dicho?
- Nada, quería hablarlo contigo. Me han dado un plazo para contestar. Deben tener mi respuesta antes de abril del año que viene. ¿Qué opinas?
Laura suspiró largamente, me miró a los ojos antes de hablar.
- Lo que tu veas... Pero me gustaría volver a España.
- Vale. Me parece bien. Tengo que hablarlo con mi jefe.
Ella me abrazó. Durante aquellos instantes, estuve a punto de confesarle a Laura en que consistía mi vida nocturna. Pero me acobardé y callé. En parte, sabía que si volvíamos a España, podría "desengancharme" del Mid Night Club.
Días antes de mi cumpleaños, me hicieron entregar el 400R que había utilizado. También me informaron que, en honor a mis cinco años de servicio en Nismo, me harían una pequeña fiesta en la oficina. Aquel día con mis compañeros de trabajo, me llevaron al sótano, allí había un coche cubierto por una funda, me dijeron que lo destapase. Laura me ayudó a realizar tal menester, ante mis ojos, un bonito Z32 plateado biplaza. Tenía configuración europea, y eso que en Europa ya no se vendía. El jefe dijo que estaba ligeramente modificado (admisión, suspensiones, escape y un diferencial más deportivo) y que era un regalo por mis años de servicio. También comentó algo sobre mi futuro regreso a España, diciendo que uno de los principales interesados en ese futuro centro de desarrollo era Nissan, para su gama europea.
Llegué a casa en mi nuevo Z32, afortunadamente, la comida de la fiesta no me había sentado mal. Al llegar al dormitorio, Abracé a Laura con fuerza, la miré a los ojos y la tumbé con cuidado en la cama. La besé, ella empezó a aflojar mi corbata y se giró susurrándome que le bajase la cremallera del vestido. Ambos nos dejamos llevar por los instintos más primarios. Recuerdo que aquella noche apenas dormí. Notaba en mi espalda el movimiento de su pecho al respirar en mi espalda. El posible nuevo trabajo en España, el Mid Night Club, y que era aquello que desestabilizaba mi estómago, eran los culpables de mi insomnio.
A la semana siguiente hubo una batalla. Recuerdo que al llegar, me encontré con varios coches pintados de rosa fucsia. Masao estaba allí.
- Buenas noches. ¿Quienes son ellas?
- Nuestro rival.
- Pero, ¿quiénes son?
- Se llaman Pink Ladies, normalmente se dedican al Touge, pero una de ellas no.
Miré al grupo de aquellas chicas, vestidas con faldas y jerseys que les daban aspecto de estudiantes de un internado.
- ¡Ya ha llegado, chicas! ¡Asuka ya está aquí! -gritó una de ellas-.
Mi sorpresa fue mayúscula, nuestro rival era aquel famoso Supra negro. De él se bajó una chica de larga melena morena, muy joven, vestida de negro. Miré a Masao, parecía tranquilo. La chica miraba al suelo, mientras nos acercábamos.
- Creo que será mejor dejar la batalla, hoy hay mucho tráfico.
- Es verdad -dijo una de las Pink Ladies-.
- Vaya, Masao, ¿ahora te importa la seguridad de los demás?
Masao se sorprendió mucho, la chica levantó la mirada y pude ver unos ojos cargados de furia y odio.
- ¿Me conoces? -dijo la chica del Supra-.
- ¿Asuka?
- Grandísimo hijo de puta, aún me recuerdas...
- Eras una niña la última vez que te ví.
- ¡Tú mataste a mi hermano!
Ella se abalanzó hacia Masao, me interpuse entre ellos, la chica Pink que había hablado intentaba agarrar a Asuka. Cuando logramos separarlos, me fijé en que Masao parecía triste. Asuka lloraba. Masao dio un paso hacia ella.
- Asuka, el día que murió tu hermano, fue un accidente.
- ¡Mentiroso! ¡Asesino!
- Por favor, déjame que te cuente lo que pasó.
Asuka miró a sus amigas, ellas le hicieron un gesto por el cual le pedían que dejase hablar a Masao.
- Tu hermano y yo íbamos en una batalla, llegamos a una zona con mucho tráfico, un camión cambió de carril sin poner el intermitente, él intentó esquivarlo, perdió el control, y chocó contra los quitamiedos. Frené, pero choqué contra él, lo suficiente para desplazar su coche unos metros más, rozando por el lado del pasajero contra aquella valla. Me bajé del coche y corrí hacia él. Sangraba mucho, pero me dio algo para que te lo diese a tí. Murió al llegar al hospital.
- No, no puede ser. Mi hermano... pensé que lo echaras de la carretera.
Las Pink Ladies habían decidido irse. Masao caminó hacia su coche, Asuka se sentó en el suelo. Me acerqué a ella.
- ¿Te encuentras bien?
Ella me miró llorando, notaba cómo sus labios temblaban intentado decir algo, me agaché y ella comenzó a hablar entre balbuceos.


- Llevo tanto tiempo con ganas de vengarme de él... ¡Me siento tan estúpida!
- Siempre me habló de tu hermano con respeto. No lo conozco mucho, pero lleva cargando esa cruz con mucha amargura.
- ¿De dónde eres? Hablas muy bien nuestro idioma.
- Soy de España.
- ¿Tú eres Devil?
- Sí.
- ¿Puedo pedirte un favor?
- Si puedo, sí.
- Si algún día le ganas a Masao, dedícame la victoria, y a mí hermano también.
- Lo prometo.
En ese momento, Asuka sonrió. Se limpió las lágrimas con las manos y se levantó.
Masao caminaba hacia nosotros.
Devil, ¿me das un poco de agua?
Ya me había olvidado de que tenía un botellín de agua en la mano. Se lo alcancé y le dije que se quedara con él. Masao extendió sus manos. Haciendo una reverencia le ofrecía algo a Asuka.
- Acéptalo, por favor.
Ella lo tomó y lo miró con emoción. Sus lágrimas volvieron a brotar. Era un pequeño llavero, parecía un conejo de peluche.
- Era una niña cuando se lo hice a Hitoshi. Mi hermano era mi héroe. Perdóname Masao.
- No pasa nada, hoy, gracias a tí, cierro una página.
Asuka se marchó y se despidió de nosotros. Antes de irme, hablé con Masao. Su habitual tranquilidad parecía haber vuelto.
- Masao, me marcho.
- Vale, buenas noches.
- Antes de irme, ¿estás bien?
- Ahora sí, es como si me liberase de una carga. Y tú, ve a un médico, me preocupa que hayas adelgazado tanto.
Tras decirme eso, nos montamos en nuestros coches y arrancamos.
Mientras conducía de vuelta a casa, no podía sacarme a Asuka de la cabeza. Era una Lady Snowblood actual. Sólo que su sed de venganza se tornó en obsesión, una obsesión nacida en su infancia. Afortunadamente,en su mente, aún había algo de comprensión y raciocinio suficiente como para poder escuchar a Masao. Si esa noche se hubiese disputado la batalla, aquello hubiese acabado en tragedia.