domingo, 8 de marzo de 2015

Capítulo 22: Wangan daimyo -El amo de la Wangan-.

Cuando regresé a casa, las luces estaban apagadas. Al llegar al dormitorio, vi que Laura estaba dormida, así que me metí en cama lo más sigilosamente posible. Sin embargo, todo mi cuidado fue insuficiente, ya que Laura despertó. Con voz adormilada me deseó buenas noches y cerró sus ojos.


La observé muy atentamente, seguía siendo tan bella como cuando la conocí. No podía creerme lo mal que me estaba portando con ella. Seguía enamorado de ella, como el primer día, pero todo aquel cúmulo de mentiras estaba empezando a causarme estragos. Tenía muy claro que era la mujer de mi vida, si ella me dejase, no sabría qué hacer. De otro lado, si le contaba lo qué hacía con el Mid Night Club, sería lo más valiente y correcto, si me abandonaba, era algo que me merecía. Después de todo lo que tuvo que sufrir, merecía saber la verdad. Todo estaba decidido, si era capaz de dejarlo todo para defender el honor de Mid Night Club, sería de decírselo a Laura. Es más, defendiendo al Mid Night Club deshonraba a Laura, también a mi mismo. Un proverbio japonés decía "lo único que sobrevive a un samurai es la deshonra". Sólo tendría que esperar al momento adecuado para contárselo.
Aquella noche no dormí, mi conciencia parecía castigarme con el insomnio por todo lo que le estaba haciendo a Laura. Ella se despertó y me miró sonriendo. Su gesto se torció al ver mi cara.
- ¿Qué te ocurre? Tienes mala cara...
- Nada, sólo que no he dormido nada.
- Quédate un poco en cama, así descansas.
- Paso, prefiero levantarme.
Así lo hice. A la hora de desayunar, el café y las galletas me sentaron como un disparo dentro del estómago. Salí corriendo al baño, Laura entró detrás de mí.
- ¡Vamos al médico ya!
- ¿Para qué? Para que me mande beber agua con limón.
- Debes ir, no seas cabezota.
- Tranquila, ya hacía bastante tiempo que esto no me pasaba, estoy mejor. El médico de la empresa me dijo que era un virus, lo que pasa es que es malo de eliminar.
Ella me miraba a los ojos, parecía nerviosa. Sonreí e intenté mantener la calma, intentando hacer que mi versión fuera creíble. La verdad es que cada vez estaba peor del estómago. Había adelgazado cerca de siete kilos en poco más de un mes y mis fuerzas flaqueaban. 
Laura no sabía qué hacer, en el trabajo, me llamaba docenas de veces para ver cómo me encontraba, buscaba huecos para comer conmigo y cientos de cosas más para cuidarme. Mientras ella se portaba tan bien conmigo, yo no hacía más que darle vueltas a mi cabeza pensando en el pago que le estaba dando: escabullirme de casa con excusas falsas para ir a correr mis compañeros por la Wangan.
Al leer un viernes de finales de enero el periódico vi que tenía convocada una batalla. El plan que urdí consistía en decirle a Laura que debía volver a Nismo a la noche para comprobar cómo iba una prueba de esfuerzo de un motor que duraba 24 horas.
Salí de casa con una chaqueta Sparco tipo ignífuga que me me habían reglado en Nismo, recuerdo que hacía bastante frío. Los guantes que solía poner para conducir, ahora cumplían la doble función de abrigar. Al salir hacia el garaje, Laura estaba asomada al balcón. Sonreía, me lanzó un beso de despedida.
Cuando llegué al punto acordado, Kazuma, Masao, Hiro, Smokey y Toshi estaban charlando. Me acerqué a ellos y me abrieron un hueco en su círculo y conversación.
- Buenas noches -dije-.
- Buenas -contestaron ellos-.
- ¿Cómo va hoy la cosa?
- Vamos a hacer una batalla diferente, a ver quien bate el récord de la Wangan.
- Hola, llego tarde. Perdón -dijo Kenji-. ¿Quién tenía el récord anterior?
- Yo -sentenció Masao-.
Me explicaron que se trataría de ir de un punto a otro lo más rápido posible. Para mi gusto, el punto más peligroso sería el puente de Yokohama, dónde el viento podía causar más de un problema.
Yo acepté el reto, al igual que Kenji. El récord lo había marcado Masao en 1992. Él había aceptado venir a mi lado como cronometrador. Hiro Nos daría la salida.


A la señal acordada, aceleré sin piedad, salían llamas de mi escape, había bastante tráfico de camiones que salían del aeropuerto de Narita. Me desembaracé de Kenji pronto, aún así, podía ver el haz de sus luces por el retrovisor. Llegué a alcanzar cerca de 340 km/h, el ruido era impresionante y parecía que el motor iba a reventar.
Al llegar al punto final, Masao miró su cronómetro y me miró.
- ¿Qué tiempo he marcado?
- Te lo diré en un momento, cuando llegué Kenji y al hablar con los de la Option, que nos están esperando.
De allí a un rato, llegó Kenji, con su Z32 humeando ligeramente.
- ¡Maldición! Se ha sobrecalentado, creo que le he desintegrado las juntas de culata.
Él abrió el capó y una pequeña nube blanca salió del vano motor.
- No parece un gripado -dijo Masao-.
- No -dije yo-, déjalo ahí a que enfríe. Después le echamos refrigerante.
- Da igual, ya tenía pensado abrirle motor y mejorarlo algo más.
Otros miembros del Mid Night Club fueron llegando. Los periodistas presentes, hablaron con Masao, que se acercó a mí.
- Debo decir que mi tiempo ha sido superado. Devil ha sido unos veinticinco segundos más rápido que yo.
En ese momento se oyeron aplausos coreando el nombre con el que era conocido entre los Hashiriya. Devil, The White Devil, The Beast, Devil Godzilla, White Baron, eran alguno de los sobrenombres que me ponían en revistas, pero el de Devil era el más usado y mi favorito. En ese momento recordé a Asuka, aunque ella no estuviese allí, debía cumplir mi palabra, aquella victoria era para ella, y en memoria de su hermano.
Cuando los periodistas se fueron, me acerqué a la tienda de aquel área de servicio, compré una botella de refrigerante y me acerqué a Kenji.
- Toma, rellena el radiador.
- Gracias. ¿Cuánto te han cobrado?
- Nada, invito yo.
- Muchas gracias. ¿Te encuentras bien?
- Sí.
- No sé, pareces preocupado, estás delgado y pálido...
- No te preocupes por nada. Estoy bien. Tengo que irme.
Él se despidió con su saludo militar.
De camino a casa, mientras conducía pensaba en hablar con Laura, estaba decidido. Iba a contárselo todo. Cuando abrí la puerta del dormitorio, ella estaba profundamente dormida, ni se movió cuando me acosté.
A la mañana siguiente volví a acobardarme, pero a la tarde, cuando regresábamos de hacer la compra, ella propició el momento.
- ¿Qué tal ayer en los talleres?
Suspiré largamente y le dije que entrásemos en casa. Le extendí una silla y la invité a sentarse.
- Me estás asustando.
- Ayer no estuve en Nismo.
Ella empezó a ponerse muy nerviosa, por sus ojos empezaban a asomar lágrimas.
- ¿Hay... hay otra mujer?
- No.
- ¿Entonces...?
- Durante todos estos años, los viernes que salía de casa de madrugada no iba a ver a ninguna mujer. Y cuando te decía que iba a quedar con los de mi escudería, nos dedicábamos a hacer carreras ilegales por la autopista. Siento haberte engañado.
Ella se quedó estupefacta, pensé que me golpearía, pero lo que hizo fue levantarse y salir corriendo hacia la puerta. La agarré de un brazo y ella se giró hacia mí.
- ¡Desgraciado! ¡Yo nunca te he importado! Me has estado engañando durante tanto tiempo...
- Laura, yo...
- ¡Déjame! ¡Si la culpa es mía! Soy una imbécil.
- No es cierto...
- ¡Calla! Por favor. Ni cuando más lo necesité me cuidaste. Mucho me arrepiento de haberte creído cuando me juraste que no me dejarías sola.
- Yo...
- ¿Sabes cual fue mi mayor error? Enamorarme de ti y dártelo todo. ¡Ojalá no te hubiera conocido nunca!
En aquel momento sentí como mi mundo se derrumbaba. Ella todavía llevaba puesto su jersey de lana negro, de cuello vuelto y un gorro, también de lana. Su mirada era tan triste que se grabó a fuego en mi mente. Subió las escaleras y desde el descansillo volvió a mirarme, aquellos ojos me mostraban como había roto el corazón de la persona más importante de mi vida. Cerró la puerta del dormitorio de un portazo, cuyo eco parecía repetir en mi mente la frase "¡Ojalá no te hubiese conocido!".

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