jueves, 29 de diciembre de 2016

Epílogo 3: Caballos en la niebla.

A veces, el destino nos da cosas increíbles. Poco tiempo después de mi último viaje a Japón y tras un montón de años trabajando para la misma empresa, me encontré con la decisión de la cúpula directiva de cerrar el departamento de competición. Me proponían trabajar en el desarrollo de turbinas de aviación o en automoción general, pero aquello no era lo mío. Pero un buen día, me llevé la sorpresa de mi vida. Si a principios de los 90 era un joven ingeniero que hizo las maletas para irse a Japón y trabajar en el desarrollo de uno de los mejores motores de carreras de la historia, ahora era un ingeniero (que se había sacado el doctorado) con bastante experiencia en motores de carreras, con mucho por aprender, pero que no estaba dispuesto a cambiar de aires. Mientras redactaba mi carta de dimisión, una llamada de teléfono me devolvió la ilusión y volví a sentirme un recién licenciado: Porsche tenía un hueco para mí. Trabajaría en el  desarrollo del 919 Hybrid.
Reuní a mi familia en el salón y comenté el tema. No tendría que vivir en Alemania, pero si pasar allí la época de pretemporada y la del parón veraniego del WEC. Laura y mi hija me dijeron que adelante. Así, cumplí uno de mis sueños, ser ingeniero en una gran marca de deportivos.
Una vez que acepté el trabajo, semanas antes de irme a Alemania, empecé a hacer limpieza en el garaje, vendí mi GT-R a mi amiga de toda la vida, sabía que quedaba en buena manos. Me deshice también de mi antiguo 240Z, lo cambié por un Porsche 993 Turbo necesitado de una restauración. También hice alguna reparación/mejora de los coches de algunos conocidos o amigos, como la preparación del turbo de un Alfa Romeo Giuletta de un chico llamado Cristian que buscaba algo más de rendimiento en su motor.
Cuando apenas faltaban días para que me fuese a Alemania, me encontré en un mueble del salón una de estas cajas de cartón decoradas, con asas, de las que se usan como archivador. Dentro de ella estaban un montón de cosas de mi juventud. Me puse a revisar su contenido y me encontré con varias revistas de coches y varias cartas. Cuando tenía trece o catorce años había escrito una carta a Porsche contando lo enamorado que estaba de sus modelos. Me contestaron que cuando tuviese edad para conducir que estarían encantados de que yo fuese su cliente. Con la carta venía un catálogo de la marca, que también estaba en aquella caja. Encontré otra carta que había escrito a principios de lo 80 a Hans Mezger, ingeniero de motores de Porsche, contándole que deseaba seguir su camino y que él era un referente para mí, también le pregunté por un motor de F1 que estaban desarrollando. Mi sorpresa fue que Mezger me había contestado a aquella carta, diciendo que si quería ser ingeniero luchase por serlo y que una persona joven quisiese ser ingeniero por su inspiración era algo que le llenaba de alegría.
Estaba mirando qué más había en la caja cuando mi hija se sentó en el sofá, a mi lado.
- ¡Hola papá! ¿Qué haces?
- Hola, estaba mirando cosas de hace mil años. Mira -le dije con una foto en mis manos- estos somos tu madre y yo con veinte años, más o menos.
- ¿Por qué llevabas uniforme militar?
- Estaba haciendo la mili, y tu madre vino a visitarme al cuartel.
Recordaba perfectamente aquella visita, como había salido corriendo a su encuentro. Mi "mili" fue bastante suave, gracias a que mi abuelo era capitán, pude complementar mi formación como ingeniero, además estaba al cuidado de un viejo amigo suyo, que me permitía quedarme en su casa y me cuidaba como uno más de sus nietos. De todos modos, hice el servicio por expreso deseo de mi abuelo, me dijo que la hiciera, que no le gustaría que nadie le sacase los colores porque su nieto no hacía la "mili", a cambio me prometía que no lo pasaría mal.
Seguí mirando fotos, muchas de nuestra época universitaria, una de un viaje a Londres con unos amigos, cuando los policías españoles dieron por hecho que éramos una más de las parejas que iban a Inglaterra a abortar y hacían caso omiso a nuestras explicaciones... muchos recuerdos.
- Papá, no me gusta que tengas que irte a Alemania...-dijo mi hija-.
Miré a Cristina, parecía triste. La mirada que me devolvió me hizo recordar a su madre, sus ojos eran los mismos que los de Laura cuando ella estaba disgustada o triste.
- Tranquila, lo peor de todo es que no vamos a pasar el verano juntos, pero en Navidades estaré aquí, y en Semana Santa, cuando te den las vacaciones en el instituto podéis venir a visitarme. Además, hablaremos todos los días por Skype...
- Ya, pero no es lo mismo...
La abracé, Laura entró en el salón y vino a sentarse también. Su mirada era parecida a la de mi hija. Pocos días después esas caras largas se repetían en el aeropuerto. Volvía a subirme a un avión para ir al trabajo. A diferencia de cuando me fui a Japón, ahora me iba solo. Experimenté esa morriña que sentimos todos los gallegos al estar lejos de nuestra familia y tierra. Desde luego, como decimos nosotros para Terra a nosa.

Lo primero que hice al llegar a Weissach, fue llamar a casa y decirles que estaba bien. Esa misma noche mantuvimos una larga conversación por Skype.
Mi trabajo me encantaba, el desarrollo del 919 Hybrid para la temporada 2015 estaba finalizado, pero en las últimas carreras hicimos una serie de tests con vistas a la temporada 2016. Pedí que me dejasen probar el coche en la pista de pruebas, quería comprobar que los datos que reflejaba el banco tenían algo que ver con la realidad. La sorpresa de pilotos y compañeros fue mayúscula, pero accedieron a que probase el coche ante mi insistencia. De poco me servía ayudar al piloto si no podía entender lo que sentía en el coche.
También conocí a Hans Mezger, lo que fue todo un honor para mí. Me hizo casi tanta ilusión como cuando Laura y Cristina vinieron a verme a Weissach.
Con el motivo de la victoria en el campeonato de constructores del WEC, Porsche me ofrecía un importante descuento para comprar uno de sus coches, aprovechando la situación, compré un Turbo S plateado, así recordaba el 930 que aún conduce mi tío. Laura, a pesar de que le encantaban los Porsche, no compartía la misma alegría que yo ya que "aún tienes el 911 viejo sin restaurar y ahora llenas otra vez el garaje con este nuevo".
Cuando tuve la oportunidad de volver a casa, aparte de conducir mi flamante Turbo S, mandé el 993 al taller, donde lo restauraron de chapa y pintura. Sin embargo, el motor estaba en la últimas y el interior hecho un asco, la tapicería estaba muy desgastada. Por eso, di la orden en el taller de convertirlo en biplaza y ocupar el sitio del asiento trasero con un portaequipajes.
Un día, el proyecto del 993 sufrió un giro inesperado, Akira Nakai, con el que mantengo el contacto me habló por Skype, le comenté lo de mi Porsche y se ofreció para instalarle uno de sus kits de carrocería. Me prometió venir en mis próximas vacaciones, diciéndome que preparase el motor todo lo que yo quisiese, que el se encargaba de fabricar un kit para mí. Me había preguntado qué estilo me gustaría que tuviese el coche, yo lo tenía muy claro: algo clásico.
Estando ya de regreso en Alemania, Laura me dijo que acababan de llegar unas cajas enormes de madera procedentes de Japón para mí mandadas por Akira. Ella ya sabía mis planes para el 993, pero no contaba con que aquel kit fuese tan voluminoso.
El tiempo me pasó de manera horrorosamente lenta hasta que pude meter mano a mi 993 con Akira. El primer día le enseñé el garaje e hicimos algo de turismo. En la cena con mi familia se sorprendió de que mi hija supiese hablar un poco de japonés.
- Tengo que decirte que tienes un garaje enorme.
- Es cierto, Laura y yo hicimos un pacto al hacer la casa. Ella se encargaría de la decoración a cambio de que el garaje fuese como yo quisiese.
La verdad es que nuestro garaje era tan grande como la planta de la casa. La construimos al poco tiempo tiempo de volver a Japón, en unos terrenos cerca de la casa de mis padres. Era una parcela grande, los que nos permitió tener dos jardines. En el trasero, ya que la casa tenía un porche, hicimos una piscina, que hacía las delicias de Cristina y sus amigas en verano. En el garaje instalé una ducha y un aseo completo, por motivos prácticos.
Akira decidió dormir en el garaje, a pesar de que le habíamos preparado una habitación, él prefería estar lo más cerca del 993 que pudiera. Normalmente él hace toda la preparación, pero en mi caso, su confianza en mi era tal que me dejó trabajar a mi aire y que tomase las decisiones que quisiese en cuanto a la preparación del motor. Así, subí la cilindrada a 4 litros, reforzando bloque y cigüeñal, árboles de levas Cosworth, turbos más grande y modernos, una electrónica programable y un escape de acero inoxidable a medida. Cuando abrimos las cajas y empezamos a examinar su contenido enseguida vi que Akira había entendido perfectamente lo que quería: un 993 con aspecto de coche de carreras. La suspensión y los frenos, heredados de la competición.
Laura y Cristina se quedaban sorprendidas por el método de trabajo de aquel japonés que tenía horarios imposibles y que fumaba mucho. Cristina muchas veces venía al garaje y se sentaba en silencio, observando como Akira tomaba medidas en una aleta con infinita paciencia y totalmente abstraído del mundo exterior. Cuando él "aterrizaba de su planeta", solía mirarla y sonreir.
Cuando lo tuvo listo dimos un pequeño recorrido con él, le sacó fotos y las envió a Japón. Decía que era el coche más potente que había preparado, ya que con el mapa motor más agresivo superaba los 650 CV.

Akira volvió a Japón, y yo tuve que volver a Alemania al acabarse las vacaciones.

El tiempo en Alemania me pasaba lentamente. Este 2016 no fue malo en lo profesional. La visita de mi hija y esposa fue algo que deseaba con mucha fuerza, al igual que las vacaciones de Navidad. Este año, decidí darle una sorpresa a mi hija. Estábamos hablando por Skype, Laura ya sabía mis planes, pero se los calló.
- Papá ¿cuándo vienes de vacaciones?
- Este año no puedo ir, cielo. Me necesitan para probar un motor nuevo. Lo siento...
En ese momento recapacité sobre mi broma, la pobre casi se echa a llorar, dejó la conversación y nos quedamos solos Laura y yo.
- Se lo ha tragado -dije-.
- Ya, pero te has pasado... hoy ha estado toda ilusionada, estuve lavando los coches pensando en que llegabas y quería que los vieses relucientes...
- Sí, me da mucha pena...
El día acordado con Laura, vino a recogerme al aeropuerto, a Cristina le dijo que salía a hacer la compra, pero no quiso acompañarla. Al llegar a casa, Cristina salió a ayudar a Laura, pero casi se desmaya cuando me vio, corrí a abrazarla y le pedí disculpas. Estaba muy contenta. Mi amiga, la que tiene mi antiguo GT-R vino a cenar con nosotros aquella noche, quedamos de dar una vuelta a la mañana siguiente, me apetecía rodar con el 993.
A la mañana siguiente, muy temprano, con niebla, nos pusimos a rodar por carreteras desérticas, a ritmo rápido, pero sin arriesgar.

Volví a sentir algo parecido a cuando militaba en el Mid Night Club, aquella sensación increíble al acelerar, las pulsaciones rápidas, el corazón desbocado... pero aquello fue corto, no lo necesitaba como cuando estaba en Japón, ahora la conciencia se imponía. Como si se tratase de un mandamiento: no correrás. De todas formas, explore bastante la conducción del Porsche, una aceleración increíble, un comportamiento bastante agresivo al límite, frenada brutal y un sonido celestial.
Al día siguiente, también a la mañana y con niebla, salí a dar una vuelta yo solo. Tras unas dos horas, acabé aparcando en el rompeolas, el mar estaba bastante calmado, su sonido era tranquilizante. Me apoyé a la barandilla y me puse a mirar al mar.


No sé cuanto tiempo pude pasar mirando aquella estampa, mirando a la gente ir y venir, pensando en mis cosas... cuando de repente oí un ruido de motor, me giré y vi mi antiguo GT-R. Me senté en la barandilla mientras mi amiga se acercaba a mi posición y se sentaba a mi lado.
- No has cambiado nada -dijo. Cazadora de cuero, vaqueros, enamorado de la misma chica desde hace años... Eres muy predecible...
- ¿Eso es malo?
- Para nada, Fittipaldi. ¿Cuando vuelves a Alemania?
- A mediados de enero. ¿Vendréis a visitarme?
- Posiblemente... Oye, ¿aquélla no es tu hija?
Miré y vi a mi hija con sus amigas, se acercaron a saludarnos. Una de ellas me preguntó si mi 993 era de carreras. Otra dijo que una vez que la llevé en el 993 me viera hacer una cosa muy rara, pisaba primero el embrague, y antes de reducir una marcha pisaba el acelerador y otra vez el embrague antes de meter marcha. Cuando se iban, las observé, ¡quién me diera volver a esa edad! Con toda la vida por delante...





lunes, 18 de abril de 2016

Epílgo 2: Ahora o nunca.

Cuando los viernes volvía a casa de mis padres, una de las primeras cosas que hacía era telefonear a mis amigos para quedar en aquel banco del parque al que acudíamos todas las tardes tras salir de clase. Mis amigos de toda la vida eran dos: un chico y una chica. A mucha gente le costaba entender que una chica fuese mi mejor amiga. La mayoría de compañeros de clase y de profesores les parecía ver que mi mejor amigo y yo competíamos por conseguir el amor de aquella chica. Algo totalmente descabellado, nos considerábamos como hermanos, al final, casi nadie se creía que cada uno de ellos tuviese pareja. En aquella época, finales de 1987, el único "soltero y entero" era yo.
Aquella tarde cuando llegué al parque, ellos ya estaban allí. Siempre que nos reuníamos, ellos se abstenían de traer a sus parejas. Aparqué cerca del banco y me acerqué a ellos.
- ¡Hombre! Ya llegó el ingeniero...
- Perdonad, llego algo tarde.
Ellos me hicieron un hueco y me senté cómodamente en el respaldo del banco. Ella me pasó un paquete de pipas y yo les acerqué la bolsa que traía, con latas de Coca-Cola.
Empezamos a hablar de los temas de siempre, coches, la vida en general... hasta que ella, se hizo la dueña de la conversación.
- Bueno, Fittipaldi -mis amigos me apodaron así desde pequeño-, cada vez que hablas de la uni, sacas en la conversación a una tal Laura, ¿quién es?
- Una chica...
- ¡No me había dado cuenta, oye! -dijo él, irónico-.
- Espera -dijo ella-, míralo, se acaba de poner rojo... A ver cuéntanos.
Por un segundo, me pareció estar en aquella escena de "Grease", en la que los protagonistas cantaban la canción "Summer days" y sus amigos les pedían que contasen más al grito de "Tell me more".
- Pues es rubia...
- ¡Lo sabía! -dijo ella, alzando el puño como gesto de victoria-.
- ¡No me interrumpas! Estudia Química, es simpática. Casi siempre coincidimos en el comedor y esas cosas.
- ¿Qué casi siempre coincidís? -dijo ella-. ¿Cuando te ve sonríe?
- Sí.
- ¿Cuándo habla contigo te toca? En plan, te toca el brazo, te acaricia un hombro...
-  Sí. Oye, ¿esto es un interrogatorio?
Ellos se miraron entre sí para luego mirarme fijamente.
- Tío, le gustas mucho -dijo él-.
- Mira, te lo digo yo, que soy mujer y tu mejor amiga. A esa chica le gustas, está esperando a que des el primer paso. En serio, invítala a tomar algo.
- ¿Y tu sabes si me gusta a mí?
- Mírate -dijo ella-. Estás coladito por ella. Pones una cara cuando hablas de ella que lo dice todo. Hazme caso, tienes una oportunidad de oro.
Nuestra reunión, siguió hasta que oscureció, acerqué a mis amigos a sus casas. Mientras conducía hacia la casa de mis padres, pensaba en lo que me habían dicho mis amigos, lo tenía claro, tan pronto como viera a Laura.
El lunes coincidí con Laura, tanto al desayuno como al almuerzo. Por la tarde, estuve repasando los apuntes de la clase, acabé pronto, por lo que decidí bajar a la cafetería del colegio mayor para tomar un café y leer el resumen de la temporada 1987 de la F1. Allí, acompañado de un buen café con leche doble, levantaba la mirada del papel para mirar por la ventana, observando a la gente que entraba y salía del colegio. Vi a Paula y a Laura pasar por delante de la ventana. Paula me había visto y había hecho un gesto a Laura, ambas saludaron con la mano, a lo que contesté levantando mi mano derecha sonriendo. Al cabo de un rato, ellas aparecieron en la cafetería, Paula cargaba con unos libros, Laura llevaba su bolso al hombro.
- ¡Hola! -dijo Laura-.
- ¿Qué tal chicas? ¿Os apetece un café?
- Lo siento, no puedo quedarme -dijo Paula-. Tengo que entregar un boletín para mañana y voy apuradísima.
- Yo me quedo -dijo Laura-. Es que no me gusta molestarla cuando tiene trabajo y yo no tengo nada que hacer.
Paula dijo que subía a su habitación antes de despedirse.
- ¿Qué estás leyendo? -me preguntó Laura sonriendo-.
- El resumen de la temporada de Fórmula 1.
- Ah... Siempre me he preguntado por qué los Fórmula Uno tienen esa forma.
- Es por culpa del efecto suelo.
- ¿Efecto suelo?
- Sí, la forma es la del ala de un avión invertida, así el aire que pasa por encima del coche va más despacio que el que pasa por abajo, empujándolo contra el suelo, eso hace que se agarre al asfalto -mientras decía todo eso, le dibujaba un esquema en una servilleta con un bolígrafo-.
- Ah, vale...
- Te estoy aburriendo, ¿verdad?
- No, no es eso. Se nota que estudias Ingenieria por vocación.. Una pregunta, ahora que lo veo ahí escrito, ¿qué eso de "Turbo? Lo vi también en coches por la calle.
- Es una especie de bomba de aire. Comprime el aire que va a entrar en el motor...
- Claro, como toda combustión necesita oxígeno... ¡qué se note que estudio Química!
Laura se reía mientras decía aquella frase. La miré y vi como se ponía un poco colorada y miraba mi revista.
- Me encanta este coche amarillo.


- Es un Lotus. Su piloto es una bestia, estoy seguro que llegará muy lejos.
- ¿Cómo se llama?
- Ayrton Senna, es brasileño.
Ella levantó la mirada de la revista y se arregló el pelo. Me miró sonriente.
- Tengo que contarte una cosa, hoy he ido a una entrevista, he conseguido un trabajo.
- Ah sí.
- Sí. Por las tardes voy a cuidar a un niño. Iré a recogerlo del colegio, hacerle la merienda, ayudarle con los deberes...
- ¿Te gustan los niños pequeños?
- Sí, además se me dan muy bien. Empiezo la semana que viene.
En ese momento recordé la charla con mis amigos, era la oportunidad perfecta.
- Laura, ya que a partir de la semana que viene estarás ocupada, ¿te gustaría salir este jueves?
- Sí -ella contestó con una gran sonrisa-. Me apetece salir a tomar algo, desde que empezaron las clases sólo he salido el día de la fiesta de bienvenida.
Estuve muy ansioso hasta que llegó el día. Lo marqué en el calendario como si de un examen se tratase, contando las horas con nerviosismo. Al llegar el jueves indicado, después de cenar, me apresuré para tomar una ducha. Mientras me peinaba, me miraba al espejo, ¿seguro que estaba bien vestido? ¿Le gustaría mi camisa?


"Ahora o nunca", me repetía. Era una oportunidad de oro. Cuando acabé me dirigí a su habitación, llamé a la puerta y me abrió Paula.
- Pasa, Laura está acabando de arreglarse, está en el baño.
- ¿Tú también sales hoy?
- Sí, he quedado con mi novio.
En ese momento, Laura salió del baño. Llevaba un vestido blanco, el pelo suelto... estaba preciosa.
- ¡Hola! ¿Llevabas mucho tiempo aquí? ¡Me encanta tu camisa!
- Gracias. Acabó de llegar. ¿Vamos bajando?
- Sí.
Los tres salimos del colegio mayor, el novio de Paula estaba esperándola fuera y ella fue corriendo a besarlo.
- ¿Nosotros a dónde vamos? -preguntó Laura-.
- No sé. ¿Te apetece ir a bailar?
- Sí. Es buena idea.
Ambos fuimos caminando hacia la zona de marcha de la ciudad, muy cerca del campus de la universidad. Mientras caminábamos, Laura me iba contando las inquietudes y retos que les suponía la carrera. Ambos compartíamos muchas inquietudes en ese aspecto.
Entramos en una discoteca que estaba de moda, abarrotada de gente. Nos acercamos a la barra y pedimos unas bebidas: gin-tonic para ella, cubata para mí. Mientras bebíamos, no podía dejar de pensar en cómo romper el hielo y empezar el ligoteo.
- Bueno, Laura, entonces... ¿Te gusta bailar?
- Sí, me encanta. ¡Oh! ¡Me encanta esta canción! ¿Bailas conmigo?
- ¡Encantado!

Ella me tomó del brazo y fuimos a la pista, se movía al ritmo de la música de una manera espectacular, acercando su cuerpo hacia mí. Yo no podía seguirle el ritmo, intentaba bailar de manera que no hiciese el ridículo. La siguiente canción era "No todo es lo que parece" de Aerolíneas Federales, entonces me acerqué  ella, lleno de fuerzas.
- Laura, tengo ganas de contarte una cosa.
- Dime -contestó sonriendo-.
Me acerqué a ella y la besé. Ella me miró a los ojos sonriendo, me rodeó el cuello y la abracé por la cintura. Entonces fue ella quien me besó a mí.
Al cabo de un rato, no recuerdo cuanto tiempo porque yo estaba en una nube, nos fuimos de allí. Mientras caminábamos de vuelta al colegio mayor, ella me cogió de la mano y miró fijamente a los ojos. 
- Mira -dijo ella-, ¿esto va en serio?
- Claro.
- Es que, tengo dudas...
En ese momento me asusté muchísimo, la miré, ella me devolvió la mirada con dulzura.
- Me explico, es la primera vez que me pasa esto, tengo miedo... Pero estoy segura de que quiero salir contigo. Me gustas muchísimo.
- Yo también, sólo quiero estar contigo.
En ese momento, me solté de su mano y la tomé por la cintura, ella hizo lo mismo, mirándome a los ojos y nos besamos. Cuando llegamos al colegio mayor, la acompañé a su puerta. Nos despedimos con un beso. Ella cerró su puerta muy despacio, me lanzó un beso y susurró un "buenas noches".
A la mañana siguiente, a las ocho y media dela mañana, alguien llamó a mi puerta. Era Laura, la invité a entrar. Al cerrar la puerta la besé. 
- ¿Cómo has dormido, Laura?
- Bastante bien, ¿y tú?
- Bien.
- Quería verte antes de desayunar. Estar un rato contigo a solas.
- Yo también quería verte. Gracias por venir.
- Este curso me estaba pareciendo una tortura, ahora que... bueno... que salimos juntos, estoy mas contenta.
- A mí me pasa lo mismo, Laura. Haré todo lo posible por hacerte feliz.
Ella sonrió y me besó. Bajamos al comedor a desayunar, sin haberme dado cuenta, le había cogido la mano. Todos en el comedor nos miraban. Paula nos miró sonriente. Nos sentamos en la mesa y desayunamos. Cuando salíamos hacia la facultad, nos despedimos con un largo beso. No sé que me dieron en aquella clase, sólo podía pensar en Laura.
Llegó el fin de semana, llevé a Laura y a Paula a la estación de autobuses y tras despedirnos, yo volví a casa. Cuando quedé con mis amigos, les conté lo que había pasado, ellos habían acertado. Ahora salía con la chica de mis sueños, era feliz, muy feliz. 
El fin de semana se me hizo largo, no dejaba de pensar en Laura. El domingo, cuando estaba aparcando en el colegio mayor, vi a Laura asomada a su ventana. Descargué mi maleta, cerré el coche y comprobé si estaba cerrado. Cuando iba a franquear la puerta, Laura aparecía corriendo, sonriendo. Me dio un beso, pero noté que su respiración era agitada.
- Por qué corriste tanto? -pregunté-.
- Te estaba esperando. Tenía muchas ganas de verte.
La tomé de su mano izquierda, cargando mi maleta con mi mano libre. Entré en mi habitación y la invité a entrar. Ella se sentó en la silla de mi escritorio mientras tanto me observaba en silencio, viendo cómo organizaba toda mi ropa en el armario. Cuando acabé, ella miraba el montón de revistas de coches que tenía en la mesa.
- ¿De que marca es tu coche?
- Es un Rover Vitesse. Era de mi tío. Lo preparó con piezas que vinieron de Inglaterra.
- Es muy rápido. El día que nos llevaste a dar una vuelta me quedé pegada al asiento.
- Yo quería otro coche, pero mi tío se fue a trabajar al extranjero y me lo regaló.
- Bueno, por lo menos tienes familia...
Dijo eso con una voz muy triste, empezó a llorar. La abracé intentando calmarla. Ella empezó a hablar entre balbuceos.
- Mi madre murió de cáncer cuando yo tenía cinco años. Mi padre, un día me llevó a casa de mis abuelos y nunca más volví a saber de él. Sé que se volvió casar y que tengo dos hermanas pequeñas, con ellas y con su madre me hablo. Mis abuelos murieron en un accidente el año pasado. Los padres de Paula me ayudaron muchísimo, pero me siempre me sentí sola.
- Vaya, lo siento mucho.
- No te preocupes, gracias. Me encuentro mucho mejor al contártelo. Además, ahora ya no estoy sola, te tengo a tí -dijo sonriendo-.
- Laura, voy a hacer todo lo posible por hacerte feliz.
Ella me abrazó, estaba anocheciendo. Abrazados, con su cabeza apoyada en mi hombro, estuvimos un buen rato mirando la puesta de sol a través de mi ventana.