jueves, 29 de diciembre de 2016

Epílogo 3: Caballos en la niebla.

A veces, el destino nos da cosas increíbles. Poco tiempo después de mi último viaje a Japón y tras un montón de años trabajando para la misma empresa, me encontré con la decisión de la cúpula directiva de cerrar el departamento de competición. Me proponían trabajar en el desarrollo de turbinas de aviación o en automoción general, pero aquello no era lo mío. Pero un buen día, me llevé la sorpresa de mi vida. Si a principios de los 90 era un joven ingeniero que hizo las maletas para irse a Japón y trabajar en el desarrollo de uno de los mejores motores de carreras de la historia, ahora era un ingeniero (que se había sacado el doctorado) con bastante experiencia en motores de carreras, con mucho por aprender, pero que no estaba dispuesto a cambiar de aires. Mientras redactaba mi carta de dimisión, una llamada de teléfono me devolvió la ilusión y volví a sentirme un recién licenciado: Porsche tenía un hueco para mí. Trabajaría en el  desarrollo del 919 Hybrid.
Reuní a mi familia en el salón y comenté el tema. No tendría que vivir en Alemania, pero si pasar allí la época de pretemporada y la del parón veraniego del WEC. Laura y mi hija me dijeron que adelante. Así, cumplí uno de mis sueños, ser ingeniero en una gran marca de deportivos.
Una vez que acepté el trabajo, semanas antes de irme a Alemania, empecé a hacer limpieza en el garaje, vendí mi GT-R a mi amiga de toda la vida, sabía que quedaba en buena manos. Me deshice también de mi antiguo 240Z, lo cambié por un Porsche 993 Turbo necesitado de una restauración. También hice alguna reparación/mejora de los coches de algunos conocidos o amigos, como la preparación del turbo de un Alfa Romeo Giuletta de un chico llamado Cristian que buscaba algo más de rendimiento en su motor.
Cuando apenas faltaban días para que me fuese a Alemania, me encontré en un mueble del salón una de estas cajas de cartón decoradas, con asas, de las que se usan como archivador. Dentro de ella estaban un montón de cosas de mi juventud. Me puse a revisar su contenido y me encontré con varias revistas de coches y varias cartas. Cuando tenía trece o catorce años había escrito una carta a Porsche contando lo enamorado que estaba de sus modelos. Me contestaron que cuando tuviese edad para conducir que estarían encantados de que yo fuese su cliente. Con la carta venía un catálogo de la marca, que también estaba en aquella caja. Encontré otra carta que había escrito a principios de lo 80 a Hans Mezger, ingeniero de motores de Porsche, contándole que deseaba seguir su camino y que él era un referente para mí, también le pregunté por un motor de F1 que estaban desarrollando. Mi sorpresa fue que Mezger me había contestado a aquella carta, diciendo que si quería ser ingeniero luchase por serlo y que una persona joven quisiese ser ingeniero por su inspiración era algo que le llenaba de alegría.
Estaba mirando qué más había en la caja cuando mi hija se sentó en el sofá, a mi lado.
- ¡Hola papá! ¿Qué haces?
- Hola, estaba mirando cosas de hace mil años. Mira -le dije con una foto en mis manos- estos somos tu madre y yo con veinte años, más o menos.
- ¿Por qué llevabas uniforme militar?
- Estaba haciendo la mili, y tu madre vino a visitarme al cuartel.
Recordaba perfectamente aquella visita, como había salido corriendo a su encuentro. Mi "mili" fue bastante suave, gracias a que mi abuelo era capitán, pude complementar mi formación como ingeniero, además estaba al cuidado de un viejo amigo suyo, que me permitía quedarme en su casa y me cuidaba como uno más de sus nietos. De todos modos, hice el servicio por expreso deseo de mi abuelo, me dijo que la hiciera, que no le gustaría que nadie le sacase los colores porque su nieto no hacía la "mili", a cambio me prometía que no lo pasaría mal.
Seguí mirando fotos, muchas de nuestra época universitaria, una de un viaje a Londres con unos amigos, cuando los policías españoles dieron por hecho que éramos una más de las parejas que iban a Inglaterra a abortar y hacían caso omiso a nuestras explicaciones... muchos recuerdos.
- Papá, no me gusta que tengas que irte a Alemania...-dijo mi hija-.
Miré a Cristina, parecía triste. La mirada que me devolvió me hizo recordar a su madre, sus ojos eran los mismos que los de Laura cuando ella estaba disgustada o triste.
- Tranquila, lo peor de todo es que no vamos a pasar el verano juntos, pero en Navidades estaré aquí, y en Semana Santa, cuando te den las vacaciones en el instituto podéis venir a visitarme. Además, hablaremos todos los días por Skype...
- Ya, pero no es lo mismo...
La abracé, Laura entró en el salón y vino a sentarse también. Su mirada era parecida a la de mi hija. Pocos días después esas caras largas se repetían en el aeropuerto. Volvía a subirme a un avión para ir al trabajo. A diferencia de cuando me fui a Japón, ahora me iba solo. Experimenté esa morriña que sentimos todos los gallegos al estar lejos de nuestra familia y tierra. Desde luego, como decimos nosotros para Terra a nosa.

Lo primero que hice al llegar a Weissach, fue llamar a casa y decirles que estaba bien. Esa misma noche mantuvimos una larga conversación por Skype.
Mi trabajo me encantaba, el desarrollo del 919 Hybrid para la temporada 2015 estaba finalizado, pero en las últimas carreras hicimos una serie de tests con vistas a la temporada 2016. Pedí que me dejasen probar el coche en la pista de pruebas, quería comprobar que los datos que reflejaba el banco tenían algo que ver con la realidad. La sorpresa de pilotos y compañeros fue mayúscula, pero accedieron a que probase el coche ante mi insistencia. De poco me servía ayudar al piloto si no podía entender lo que sentía en el coche.
También conocí a Hans Mezger, lo que fue todo un honor para mí. Me hizo casi tanta ilusión como cuando Laura y Cristina vinieron a verme a Weissach.
Con el motivo de la victoria en el campeonato de constructores del WEC, Porsche me ofrecía un importante descuento para comprar uno de sus coches, aprovechando la situación, compré un Turbo S plateado, así recordaba el 930 que aún conduce mi tío. Laura, a pesar de que le encantaban los Porsche, no compartía la misma alegría que yo ya que "aún tienes el 911 viejo sin restaurar y ahora llenas otra vez el garaje con este nuevo".
Cuando tuve la oportunidad de volver a casa, aparte de conducir mi flamante Turbo S, mandé el 993 al taller, donde lo restauraron de chapa y pintura. Sin embargo, el motor estaba en la últimas y el interior hecho un asco, la tapicería estaba muy desgastada. Por eso, di la orden en el taller de convertirlo en biplaza y ocupar el sitio del asiento trasero con un portaequipajes.
Un día, el proyecto del 993 sufrió un giro inesperado, Akira Nakai, con el que mantengo el contacto me habló por Skype, le comenté lo de mi Porsche y se ofreció para instalarle uno de sus kits de carrocería. Me prometió venir en mis próximas vacaciones, diciéndome que preparase el motor todo lo que yo quisiese, que el se encargaba de fabricar un kit para mí. Me había preguntado qué estilo me gustaría que tuviese el coche, yo lo tenía muy claro: algo clásico.
Estando ya de regreso en Alemania, Laura me dijo que acababan de llegar unas cajas enormes de madera procedentes de Japón para mí mandadas por Akira. Ella ya sabía mis planes para el 993, pero no contaba con que aquel kit fuese tan voluminoso.
El tiempo me pasó de manera horrorosamente lenta hasta que pude meter mano a mi 993 con Akira. El primer día le enseñé el garaje e hicimos algo de turismo. En la cena con mi familia se sorprendió de que mi hija supiese hablar un poco de japonés.
- Tengo que decirte que tienes un garaje enorme.
- Es cierto, Laura y yo hicimos un pacto al hacer la casa. Ella se encargaría de la decoración a cambio de que el garaje fuese como yo quisiese.
La verdad es que nuestro garaje era tan grande como la planta de la casa. La construimos al poco tiempo tiempo de volver a Japón, en unos terrenos cerca de la casa de mis padres. Era una parcela grande, los que nos permitió tener dos jardines. En el trasero, ya que la casa tenía un porche, hicimos una piscina, que hacía las delicias de Cristina y sus amigas en verano. En el garaje instalé una ducha y un aseo completo, por motivos prácticos.
Akira decidió dormir en el garaje, a pesar de que le habíamos preparado una habitación, él prefería estar lo más cerca del 993 que pudiera. Normalmente él hace toda la preparación, pero en mi caso, su confianza en mi era tal que me dejó trabajar a mi aire y que tomase las decisiones que quisiese en cuanto a la preparación del motor. Así, subí la cilindrada a 4 litros, reforzando bloque y cigüeñal, árboles de levas Cosworth, turbos más grande y modernos, una electrónica programable y un escape de acero inoxidable a medida. Cuando abrimos las cajas y empezamos a examinar su contenido enseguida vi que Akira había entendido perfectamente lo que quería: un 993 con aspecto de coche de carreras. La suspensión y los frenos, heredados de la competición.
Laura y Cristina se quedaban sorprendidas por el método de trabajo de aquel japonés que tenía horarios imposibles y que fumaba mucho. Cristina muchas veces venía al garaje y se sentaba en silencio, observando como Akira tomaba medidas en una aleta con infinita paciencia y totalmente abstraído del mundo exterior. Cuando él "aterrizaba de su planeta", solía mirarla y sonreir.
Cuando lo tuvo listo dimos un pequeño recorrido con él, le sacó fotos y las envió a Japón. Decía que era el coche más potente que había preparado, ya que con el mapa motor más agresivo superaba los 650 CV.

Akira volvió a Japón, y yo tuve que volver a Alemania al acabarse las vacaciones.

El tiempo en Alemania me pasaba lentamente. Este 2016 no fue malo en lo profesional. La visita de mi hija y esposa fue algo que deseaba con mucha fuerza, al igual que las vacaciones de Navidad. Este año, decidí darle una sorpresa a mi hija. Estábamos hablando por Skype, Laura ya sabía mis planes, pero se los calló.
- Papá ¿cuándo vienes de vacaciones?
- Este año no puedo ir, cielo. Me necesitan para probar un motor nuevo. Lo siento...
En ese momento recapacité sobre mi broma, la pobre casi se echa a llorar, dejó la conversación y nos quedamos solos Laura y yo.
- Se lo ha tragado -dije-.
- Ya, pero te has pasado... hoy ha estado toda ilusionada, estuve lavando los coches pensando en que llegabas y quería que los vieses relucientes...
- Sí, me da mucha pena...
El día acordado con Laura, vino a recogerme al aeropuerto, a Cristina le dijo que salía a hacer la compra, pero no quiso acompañarla. Al llegar a casa, Cristina salió a ayudar a Laura, pero casi se desmaya cuando me vio, corrí a abrazarla y le pedí disculpas. Estaba muy contenta. Mi amiga, la que tiene mi antiguo GT-R vino a cenar con nosotros aquella noche, quedamos de dar una vuelta a la mañana siguiente, me apetecía rodar con el 993.
A la mañana siguiente, muy temprano, con niebla, nos pusimos a rodar por carreteras desérticas, a ritmo rápido, pero sin arriesgar.

Volví a sentir algo parecido a cuando militaba en el Mid Night Club, aquella sensación increíble al acelerar, las pulsaciones rápidas, el corazón desbocado... pero aquello fue corto, no lo necesitaba como cuando estaba en Japón, ahora la conciencia se imponía. Como si se tratase de un mandamiento: no correrás. De todas formas, explore bastante la conducción del Porsche, una aceleración increíble, un comportamiento bastante agresivo al límite, frenada brutal y un sonido celestial.
Al día siguiente, también a la mañana y con niebla, salí a dar una vuelta yo solo. Tras unas dos horas, acabé aparcando en el rompeolas, el mar estaba bastante calmado, su sonido era tranquilizante. Me apoyé a la barandilla y me puse a mirar al mar.


No sé cuanto tiempo pude pasar mirando aquella estampa, mirando a la gente ir y venir, pensando en mis cosas... cuando de repente oí un ruido de motor, me giré y vi mi antiguo GT-R. Me senté en la barandilla mientras mi amiga se acercaba a mi posición y se sentaba a mi lado.
- No has cambiado nada -dijo. Cazadora de cuero, vaqueros, enamorado de la misma chica desde hace años... Eres muy predecible...
- ¿Eso es malo?
- Para nada, Fittipaldi. ¿Cuando vuelves a Alemania?
- A mediados de enero. ¿Vendréis a visitarme?
- Posiblemente... Oye, ¿aquélla no es tu hija?
Miré y vi a mi hija con sus amigas, se acercaron a saludarnos. Una de ellas me preguntó si mi 993 era de carreras. Otra dijo que una vez que la llevé en el 993 me viera hacer una cosa muy rara, pisaba primero el embrague, y antes de reducir una marcha pisaba el acelerador y otra vez el embrague antes de meter marcha. Cuando se iban, las observé, ¡quién me diera volver a esa edad! Con toda la vida por delante...