miércoles, 11 de marzo de 2015

Capítulo 23: Seppuku. El final del Mid Night Club.

Durante toda la noche oí llantos en el dormitorio. Laura no paraba de llorar, llamaba a la puerta pero ella la había bloqueado por dentro y se negaba a abrir.
Bajé al salón y me tumbé en el sofá. Oía las puerta del armario abrirse y cerrarse. Ruidos de cremalleras, golpes ligeros y numerosos pasos. Después la oí hablar en japonés, no podía entender lo que decía, ni tampoco tenía ganas de subir a escuchar su conversación.
A la mañana siguiente yo seguía tumbado en el sofá, con los ojos abiertos y bastante doloridos. Oí un ruido por la escaleras y me levanté para mirar. Laura bajaba con una maleta enorme.
- ¿Adónde vas?
- No es asunto tuyo...
- Laura, por favor...
- ¡Déjame en paz! -chilló-.
Recuerdo que salió por la puerta cabizbaja, fuera estaba esperando un taxi. Salí a la calle, ella se había montado en el taxi y le había dado orden al taxista de marcharse. Ella no se giró. En ese momento descubrí realmente lo dolida que ella estaba conmigo. Tras todo ese tiempo de perfecto matrimonio, en apariencia, todo se había arruinado.
Volví a entrar en casa, subí al dormitorio. Me encontré un panorama desolador. El armario estaba abierto, toda su ropa faltaba. Lo único que había dejado era la caja de aquellos tacones Louboutin que tanto le gustaban. La abrí y descubrí que aún estaban allí.
Ese día, a la tarde, recorrí muchas calles de Tokyo con la esperanza de ver a Laura por alguna de ellas.

La llamé miles de veces, no respondía nunca. El mensaje "Hola, soy Laura. Por favor llama en otro momento" me parecía casi un consuelo. Me conformaba esa manera de oír su voz, aunque sonase tan artificial y metálica.
Al caer la noche, me encontré mirando una foto suya. Debía tener unos veinte años. Empecé a recordar que aquella foto me la envío cuando yo estaba haciendo el servicio militar. Debido a mis estudios, me permitieron servir durante dos veranos en el cuerpo de ingenieros del Ejército. El primer verano lo pasé en un pequeño pueblo de A Coruña, en una estación de vigilancia aérea. La foto correspondía a mi segundo verano de servicio, en la Academia General del Aire. Laura y yo nos escribíamos casi a diario. Nos dedicábamos hermosas palabras de amor y de añoranza mutua. Aquella foto la enmarqué, y me pasaba las horas muertas mirándola. La soledad a veces me hacía recordar su perfume. Su sonrisa y su mirada, eran las armas con las que me había enamorado de ella. Ahora, la había perdido.
Dejé la foto en la estantería, a su lado encontré la cinta de vídeo de nuestra boda. Al verla empecé a arrepentirme de todo lo que había hecho. Ella, como una princesa de cuento bajando del Citroën DS negro de mis padres, con aquella sonrisa preciosa, y yo hecho un manojo de nervios esperándola.
Cuando iba a trabajar tenía una sensación extrañísima, al caminar entre la gente era como si atravesase un túnel en el que oía a la gente como muy lejana. En mi mente sólo había un pensamiento que se repetía incesantemente: Laura.


En el trabajo estaba ausente, y mi malestar psíquico parecía empeorar mi estómago. Lo poco que comía me sentaba como un disparo, lo único que toleraba era beber agua con limón.
Un día, en la oficina, recibí una llamada de teléfono, era Laura.
- Hola.
- Me gustaría hablar contigo -dijo ella, con un hilo de voz-.
- Vale, dime lugar y hora.
- ¿Te parece bien la cafetería que hay al lado de mi laboratorio esta tarde?
- No sería mejor que fuese en casa. Sigue siendo tu casa...
- Perfecto, procura venir, aunque tengas una reunión con tus amigotes pilotos.
Tras decir esa frase, colgó el teléfono. Me quede unos segundos con el auricular en la mano, inmóvil. Su voz nunca me había parecido tan desgarrada.
Al llegar a casa me apresuré a arreglar un poco el salón, había varias revistas tiradas y algo de desorden. Cuando Laura llamó al timbre salí a toda prisa hacia la puerta, del esfuerzo, mis piernas no respondieron correctamente y casi me caigo. Al abrir, me encontré con una Laura cabizbaja, me miró con unos ojos enrojecidos y con ojeras. Su mirada estaba apagada, nunca la había visto tan apagada.
- Pasa, por favor -dije-.
- Gracias.
Ella al entrar me miró. Pude ver un gesto extraño en su cara, seguramente por mi aspecto físico, ahora hasta yo era consciente de que lo de mi estómago me estaba pasando factura.
- Te importaría hablar en el salón -dije-.
- Como quieras.
Ella se sentó, colocó el bolso sobre sus rodillas y buscó algo dentro de él.
- Laura, ¿quieres tomar algo?
- No. Estoy bien -dijo aquello sin levantar la mirada de su bolso-.
Ella sacó una carpeta de cartulina. Me la extendió.
- Lee eso, por favor.
- "Embajada Española en Tokio. Acuerdo de divorcio...". Perfecto...
- Si lo prefieres, vamos por las malas al juzgado.
En ese momento agaché la cabeza y empecé a llorar. Busqué un bolígrafo y firmé aquel acuerdo sin ni siquiera leerlo. Ella me miró, por dos segundo nos miramos a los ojos, ella también lloraba. Se limpió los ojos y empezó a hablar muy suavemente.
- ¿Cómo estás?
- Podía ser mejor...
- Pensé que no me entenderías...
- Laura, lo entiendo muy bien. Te he traicionado.
- No es eso, pensé que no aceptarías este acuerdo.
- Me da igual todo, aunque no seas mi mujer, te deseo todo lo mejor. Espero que encuentres a alguien mejor que yo y te trate como realmente lo mereces. Que tengas mucha suerte.
Casi no pude pronunciar aquellas palabras. Era como si me extirpasen algo de mi personalidad. Yo aún seguía enamorado de ella,pero entendía sus sentimientos. La quería tanto que comprendí que lo mejor que ella podía hacer era alejarse de mí.
Ella dijo que se marchaba. Antes de irse, me acerqué a ella con la caja de aquellos tacones que tanto le gustaban.
- Laura, toma, son tuyos.
- Déjalos aquí, aún no tengo sitio donde ponerlos.
- ¿Dónde vives ahora?
- En un apartamento de una compañera de trabajo. Estoy bien, no te preocupes. Tú cuídate, por favor. Ya te avisarán del consulado sobre cómo va lo del divorcio.
Antes de irse, ella me dio un abrazo. A pesar de que ella parecía hablar de manera dulce, noté algo frío en su abrazo. Normal, nunca le había hecho tanto daño a nadie.
No sé cuántos días pasaron, pero seguía sin tener noticias de Laura. Cualquier esfuerzo ahora se convertía en una odisea. Un viernes, tuve una batalla, subir a mi R32 fue un auténtico esfuerzo. Al llegar a la batalla, me tuve que acercar a una papelera y vomitar. Hiro y Kenji se acercaron a mí.
- ¿Te encuentras bien Devil?
- Tranquilo Kenji. Estoy bien.
- Tienes muy mala cara -dijo Hiro-.
- No os preocupéis. Estoy bien.
Al cabo de un rato, Masao, Toshi, Kazuma y Smokey aparecieron por el lugar.
- El tráfico hoy es terrible -dijo Masao-.
- Cierto, es mejor no hacer batallas hoy -sentenció Toshi-.
- ¡Mid Night! ¡Cobardes!
En ese momento nos giramos para ver quien gritaba aquello. Vimos a una banda de Bosozoku conocidos como Jokers. Todos sabíamos que era un grupo bastante conflictivo, con lazos con la Yakuza. Al principio pasamos de ellos, pero se acercaron a nosotros desafiándonos y llamándonos cobardes. El tipo que más gritaba iba muy bebido. Se acercó a mí, su aliento apestaba a alcohol, tanto que casi me mareo y me dieron arcadas. Le dí un empujón para separarlo. Aquel bosozoku se puso chulo.
- ¿Sabes quien soy yo?
- No me interesa. ¿Sabes tú quien soy yo?
- Un capullo.
- No, yo soy Devil.
Entre el resto de pandilleros se hizo un silencio, empezaron a mirarme con más respeto que aquel borracho.
- Bah, te crees muy rápido.
- Por favor -dijo Toshi-. ¿Podéis marcharos?
Uno de aquellos chicos iba a montarse en su moto. El borracho lo paró. Nos miró.
- Queremos correr contra vosotros.
- Paso -dijo Masao-. Hay mucho tráfico y sería peligroso.
- ¡Gallinas!
- ¡Lo que me faltaba! -dijo Toshi- ¡Yo correré contra vosotros!
Intentamos pararlo, fue imposible. Me subí al coche de Hiro. Masao iba con Kenji. Empezamos a seguirlos por la Wangan. En un momento dado, entraron en una zona de alto tráfico. El borracho hizo un extraño zigzag, acabó empotrándose contra un coche, el otro motero, intentó esquivarlo, derribando a un motorista inocente. Toshi frenó en seco, no alcanzó a nadie. Pude ver aterrizar el cuerpo de el bosozoku al que habían obligado a correr. Rebotó tres veces antes de pararse en el suelo. Me bajé del coche y me acerqué al motorista inocente, le tomé el pulso en el cuello, había muerto. Corrí hacia los ocupantes del coche, aquel Daihatsu Mira había volcado. Unos metros más adelante estaba el cadáver de aquel pandillero borracho. La conductora del Daihatsu era una chica joven, con un uniforme de azafata. Estaba ensangrentada y parecía que se había desnucado. Me giré y vi a Toshi llamando a una ambulancia desde un poste SOS cercano. Cuando colgó nos gritó que volviésemos al punto de inicio. Cuando volvimos con nuestros compañeros, Toshi empezó a hablar.
- La principal norma de nuestro club era no poner la vida de los demás en peligro. Por culpa de ese borracho, ha habido un accidente y han muerto cuatro personas. Es el final. Debemos respetar las reglas hasta sus últimas consecuencias. No volveremos a juntarnos jamás. Si alguno que no ha venido hoy sigue leyendo en los periódicos los anuncios para encontrar nuestras batallas, que siga haciéndolo. Ya no habrá nada más, somos historia. ¿Entendido?
- Sí -dijimos todos a coro-.
- Ha sido un auténtico placer y honor conoceros a todos.
En ese momento, nosotros, los samurais del asfalto, firmamos una especie de pacto de suicidio colectivo. Cumplimos a rajatabla nuestro Bushido, lo habíamos roto y deshonrado. La solución a esa deshonra era el seppuku, el suicidio ritual que conocemos como harakiri.
Volví a casa y empecé a encontrarme cada vez peor. La noche fue un auténtico calvario. Aquel fin de semana fue horrible. El lunes, apenas podía moverme sin hacer un esfuerzo impresionante, mi visión se nublaba y conducir mi R32 hasta las instalaciones de Nismo fue una auténtica proeza. Le puse un cartel de "se vende". Un mecánico se acercó a mí diciéndome que me lo compraba. Acordamos el precio y le dí las llaves. Al salir de trabajar, no pude más, llamé un taxi, le pedí que me llevara al hospital.
Cuando llegué, apenas podía moverme por mi cuenta, el taxista me acompañó amablemente hasta la puerta de urgencias. Abrí la puerta con dificultad y caminé con esfuerzo hacia el mostrador.


Me agarré con ambas manos a él, mi piernas apenas podían conmigo. La enfermera que estaba allí se sobresaltó y pidió ayuda a gritos. Mis fuerzas flaqueaban cada vez más y acabé cayendo al suelo con la vista totalmente borrosa.
- Señor, ¿qué le pasa? -gritaban la enfermera y un médico-.
Era incapaz de responder. Empecé a tener una sensación extraña, como cuando tuve el accidente con aquel prototipo.
Oía que los médicos querían hacerme pruebas. Oí que me iban a sacar sangre, pero no sentí ningún pinchazo.
Estaba solo, sabía que mi final se acercaba. Y lo peor de todo, no hacía más que recordar a Laura. Quizá estaba pagando el precio por todo el daño que le había hecho.

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