domingo, 14 de septiembre de 2014

Capítulo 2: El nacimiento del Gaikoku no akuma.

Aquel 240Z emitía un sonido estremecedor. Desde el retrovisor de mi Skyline R32 podía ver como aquél morro de color azul se acercaba a toda velocidad. Era diferente al Datsun 240Z que yo conocía. Su frontal parecía más aerodinámico y sus faros estaban carenados. Me llamó la atención que llevaba una pegatina en el parabrisas con caracteres occidentales y otra gris colocada en diagonal. Destacaba mucho sobre el azul de la carrocería, al igual que los aletines negros. Detrás de él apareció otro coche, un Mazda RX-7 del tipo FC amarillo, haciendo aullar su motor rotativo. El Mazda iba bastante más atrás que el 240Z, ¿cómo diablos podía ser eso?
Mientras pensaba todo eso, el Z se puso a mi lado, miré a su conductor, ¡llevaba casco! Me hizo un gesto con la mano y levantó su cabeza. Yo, por mi parte, me sentí ofendido y no permitiría que un coche de museo batiese a mi flamante R32, bajé un marcha y aceleré hasta los topes. Laura empezó a chillar. Aquel Z no iba a dejarme en ridículo. Pronto me puse a su estela, el RX-7 intentaba, en vano alcanzarnos, Laura me suplicaba que frenase.
- ¡Frena! Por Dios, ¡nos matarás!
- Ni loco. Agárrate a algo y calla.
Seguí acelerando, miré al cuadro de mando, iba a mas de 250 km/h y un maldito 240Z iba en paralelo a mí, ¡y no podía adelantarlo!
- ¡El camión, el camión! -chilló  Laura-.
Di un toque de volante, pasé a unos cinco centímetros de aquel maldito camión que había tenido la osadía de mediar en aquel combate. La sensación de control total y absoluto que me ofrecía mi R32 se veía empañada por una ligera opresión en el pecho y una sensación de ansiedad, todo ello aderezado por los gritos de Laura.
Cuando adelanté al camión, puede ver que el Z estaba detrás de mí, otra vez acechándome. Por suerte para mí y para Laura, la salida que debía tomar estaba ya ahí, esquivé un par de coches y al girar hacia la salida, pude ver como el conductor del Z me miraba, ponía su mano derecha sobre la sien del casco y se despedía de mi haciendo un saludo militar. El RX-7 había desaparecido. No sé si fue una victoria o un abandono, pero aquello fue el principio de una larga historia que marcó mi vida.
Mientras no llegaba a casa pensaba el aquel Z. Por lo poco que pude oír, su motor no era el original, sonaba como el RB26DETT de mi R32, pero estoy seguro de que estaba muy modificado. Aquel coche no era normal. Cuando aparqué en el garaje, Laura se bajó del coche corriendo, tan pronto como puso un pie en el suelo, vomitó. Corrí a auxiliarla, estaba tan extenuada cuando acabó, que sus piernas no podían con su peso. La abracé y aguanté su cabeza sobre mi hombro.
- Estás loco. Podías habernos matado a los tres -dijo con un hilo de voz-.
- ¿A los tres? ¿Estás...?
- Sí, estoy embarazada... acabo de ir al ginecólogo. Estoy de tres semanas.
Me miró y sonrió, allí, sentados en el suelo estuvimos un gran rato mirándonos a los ojos. Aquel mismo día llamamos a mi familia para darles la noticia.
Sí, sólo a mí familia. Laura no tenía familia. A su madre la devoró un cáncer de garganta cuando tenía cinco años. Su padre la abandonó y fue criada por sus abuelos, que fallecieron poco antes de que ingresara en la facultad. Cualquier persona que critique el sistema de becas y ayudas al estudio universitario debería conocer situaciones como las de Laura, una persona inteligentísima  que pudo estudiar gracias a ayudas estatales y a su esfuerzo, no como yo, un niño pijo mantenido por sus padres Ella sabía que su padre se había vuelto a casar. Su nueva mujer intentó, sin éxito, acercar a padre e hija. Aquella mujer le dijo a Laura que tenía dos hermanas que querían conocerla, Laura accedió a conocer a aquellas niñas con la condición de que su padre no estuviese nunca en esos encuentros. 
Estaba más guapa que nunca, no podía dejar de mirarla. Iba a ser padre. ¡Qué gran sensación!
Al día siguiente llegué a mi trabajo flotando. 
Aquél día conocí a Masahiro Hasemi, una leyenda dentro del mundo del motor japonés. El piloto del Skyline azul patrocinado por Calsonic se quejaba de que las mejoras prometidas para la temporada próxima (todo esto ocurría a principios de 1993) no se apreciaban.
- Hasemi-san tiene el mejor coche de todo el campeonato, será invencible, nuestros ingenieros trabajan a destajo...
- No lo discuto, pero no noto ninguna mejoría...
- Los datos del banco dicen que...
- ¡Da igual!
- Hasemi-san -intervine- es verdad que las lecturas del banco de pruebas nos dan buenos resultados, pero a la hora de rodar es posible que haya diferencias. El banco dice una cosa,pero puede pasar otra. ¿dónde nota los problemas?
El miraba con una mezcla de alivio por encontrar a alguien que lo entendía y sorpresa.
- Verá, el motor va perfecto, el problema está en la transmisión, es imprecisa y el eje trasero parece ingobernable. ¿Usted ha sido el encargado de los turbos?
- Sí.
Hasemi-san sonrió y me hizo una reverencia.
- Enhorabuena, ha diseñado uno de los mejores motores turbo que he conducido.
- Gracias -dije devolviendo la reverencia-.
- Iré a hablar con el ingeniero encargado de la transmisión.
Cuando volvía a casa, vi como entraba en los talleres el R32 Calsonic de Hasemi, mañana tocaba mejorarlo y arañar esos segundo que en la pista separan la victoria de la derrota.
Aquel fin de semana Laura y yo cometimos el error de ir a un centro comercial de Tokyo en el R32. Nos quedamos maravillados de la tecnología allí expuesta, a precio de oro, eso sí, que hacía que los televisores españoles pareciesen aquel que Pedro Picapiedra tenía en el salón de su casa. En la terraza se podía gozar de una gran vista de la ciudad, había un monorrail que bordeaba la fachada del edificio y daba la sensación de volar. Laura sacó a la niña que llevaba dentro y también quiso subir. Todavía recuerdo como ella llevaba su cabeza apoyada sobre mi hombro mientras miraba extasiada el paisaje urbano. Tokyo era fascinante a la par que misteriosa.
Cuando bajamos al aparcamiento al subir en el coche, vi como sobre el limpiaparabrisas había un trozo de papel de color marrón, del mismo tono que una caja de cartón. La noticia del embarazo de Laura había hecho que me olvidase de aquel maldito 240 Z. La nota estaba escrita en kanjis hechos a mano, ¡era el dueño del Z!

Querido amigo, soy el propietario del Z que viste en la Wangan. Pareces un gran conductor. Por favor, me gustaría reunirme contigo. Estaré en la estación de servicio de Namiki de 23 a 3 am. Gracias.

- ¿Es propaganda?
- No Laura, es un compañero de trabajo. Dijo que hay una cena hoy.
- ¿Vas a ir?
- Sí, me gustaría integrarme un poco.
- Perfecto. Te prepararé el traje al llegar.
- Gracias cielo.
Por fin conocería a aquel piloto. Aún hoy sigo preguntándome por qué le mentí a Laura y acudí a aquella cita. Recuerdo que cuando salí de casa tenía el pulso acelerado y me sudaban las manos.  

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